lunes, 8 de noviembre de 2010

Lluvia de billetes desde el Norte

La expansión monetaria que ordenó la Fed favorece a los países emergentes (dado que al mantenerse las tasas a niveles cercanos a 0%, los inversores prefieren colocar sus fondos en activos de mayores rendimientos). Pero los fondos inyectados en la economía se derramarán hacia otras naciones apreciando las monedas de países que precisan una moneda más débil, aumentando el riesgo que estos terminen instalando controles al ingreso de capitales y tomen medidas proteccionistas. Dicho de otra manera: el resto del mundo no necesita de esta liquidez extra que provocó la Fed. Brasil ya puso las barbas en remojo: con el objetivo de contener la apreciación de su moneda, el secretario del Tesoro comentó que podría recomprar parte de su deuda colocada en el mercado internacional denominada en reales y vender deuda con mayores plazos. Aspiran a colocar en el exterior nuevos bonos a 10 y a 30 años. En la práctica, esta iniciativa de la Fed, que se denomina "expansión cuantitativa" (Quantitative Easing), supondrá que la Fed imprimirá 600.000 millones de dólares para adquirir deuda pública, con el objeto de bajar los tipos a largo plazo para que la gente consuma más, y las empresas puedan endeudarse y contratar. Cuando existe mucha demanda de deuda pública, se produce un aumento del precio de los bonos, pero un descenso de la rentabilidad ofrecida, que se mueve de forma inversa al precio. Precisamente, el rendimiento de los bonos se toma como referencia para los préstamos a largo plazo, por lo que repercute en el abaratamiento de la financiación de las empresas y las familias. Esta medida tendrá poco impacto en el crecimiento económico, porque los tipos de interés ya están en niveles históricamente bajos, y solo servirá para disparar la inflación y crear burbujas especulativas en algunos mercados, como el de valores. Con los tipos de interés a corto plazo por debajo del 0,25 por ciento, a la Fed no le quedan muchas más armas para estimular el crecimiento. A los 600.000 millones de dólares anunciados, se sumarán entre 250.000 y 300.000 millones de dólares que la Fed ha obtenido como rendimiento de su propia cartera de activos inmobiliarios. Por ello, el total de la cifra inyectada en el sistema podría situarse entre 850.000 y 900.000 millones de dólares, a razón de unos 100.000 millones de dólares por mes. Esta no es la primera vez que la Fed recurre a este instrumento monetario poco convencional. Entre diciembre de 2008 y marzo de 2010, en el punto más álgido de la crisis financiera, lanzó un programa más ambicioso, 1,7 billones de dólares, para comprar deuda pública y activos del mercado monetario. En aquel momento sirvió para dar liquidez al mercado de crédito, que estaba paralizado por la crisis de las hipotecas subprime, situación bien diferente a la de ahora, en la que existe liquidez suficiente. Entre los expertos que se oponen a esta medida están el antiguo asesor de la Casa Blanca durante la presidencia de Bill Clinton, John Taylor, ahora profesor de la Stanford University, o Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía y profesor de la Columbia University. Para Taylor, en vez de emprender la compra de deuda pública, el Gobierno debería lanzar medidas alternativas, como no subir los impuestos y frenar la imposición de nuevas regulaciones. Para Stiglitz, lo que la economía estadounidense necesita es un nuevo plan de gasto publico y menos impuestos. En pocas palabras, los yanquis ya no saben que hacer.

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