Garton Ash, historiador, periodista y profesor en Oxford, con ese talento que tienen los ingleses para ironizar sobre los yanquis, dice:
Para ser optimistas sobre las posibilidades de renovación de Estados Unidos conviene ir a Silicon Valley. Para ser pesimistas, basta con llegar a Washington. La lucha por la recuperación del país es la batalla del iPad contra el bloqueo parlamentario. En Silicon Valley, se ve todo lo que la sociedad norteamericana tiene de inspirador: la innovación basada en la ciencia y la libertad intelectual; empresarios y capitalistas que se arriesgan para explotar comercialmente esa innovación; una sociedad dinámica y abierta que atrae a los mejores de todas partes: indios, chinos, europeos. Si se le pregunta a la gente de todo el mundo qué es lo que más admira de Estados Unidos, seguramente incluirán el iPhone, Facebook, Twitter y Google. Ahora bien, si encendemos la televisión o leemos las páginas de política del periódico, se nos hunde la moral. ¿Por qué es tan deprimente la política estadounidense? Porque está al mismo tiempo polarizada y bloqueada. En Silicon Valley, los cambios se producen a una velocidad de ciencia-ficción; en Washington, al ritmo de la Unión Soviética de Brezhnev. Esa disfuncionalidad tiene varios aspectos. Está lo que yo llamo la política de la distracción cultural. Los medios de comunicación dedican millones de horas a discusiones sobre el matrimonio gay, el aborto, la homosexualidad o, en los últimos tiempos, el centro islámico previsto a dos manzanas de la zona cero en Nueva York. Cada vez más, parecen debates sobre qué canción debe tocar la orquesta en la cubierta del Titanic. El movimiento del Tea Party, aunque contribuye a la locura, por lo menos dedica más tiempo a hablar sobre los problemas en la sala de máquinas. Luego está la estridente polarización partidista de las cadenas de 24 horas de noticias por cable : Fox News rugiendo desde la derecha, MSNBC gritando desde la izquierda, y CNN agitándose en medio de las dos. No hay que olvidarse del poder que tiene el dinero en la política estadounidense. Presentarse a la reelección es increíblemente caro, y los miembros de la Cámara de Representantes tienen que hacerlo cada dos años, así que están constantemente en deuda con sus donantes. De acuerdo con una perversa decisión reciente del Tribunal Supremo, ahora, en la práctica, las empresas pueden gastar todo el dinero que quieran en propaganda política. Todos estos factores crean una disfuncionalidad exacerbada. Pero el problema más inmediato y acuciante es la combinación del bloqueo institucional con la falta de cooperación entre los dos partidos, y ambas cosas se refuerzan mutuamente. Pero Estados Unidos no puede seguir permitiéndoselo. No puede seguir así. O, mejor dicho, sí puede, pero en ese caso continuará con su declive, y China estará encantada de beneficiarse de ello.
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