sábado, 30 de mayo de 2009

¿Como pudieron mentirnos tanto?

Para la gente común, la profundidad de esta crisis planetaria es incomprensible. En especial por no haber recibido previo aviso de quienes se suponía que no podían ser sorprendidos: los economistas ortodoxos. Nos decían que la política monetaria había logrado controlar el ciclo comercial: mentían. Nos decian que con el cambio de políticas en los bancos centrales –que garantizaban inflación baja y estable– la volatilidad era cosa del pasado: mentían. Nos decían que las instituciones financieras y los mercados habían aprendido a autorregularse, que los inversores podían ser librados a sus propios medios: mentían. Nos decían que habian aprendido a evitar una calamidad financiera como la de 1929: mentían. Confiar en que los inversores se autorregulen es como pretender que los niños decidan lo que comen. Los académicos que advirtieron sobre el posible desastre fueron ignorados. Las instituciones financieras fomentaron la idea de que la regulación estricta era fútil. Con la eliminación de techos regulatorios en las tasas de interés que podían pagar los depositantes, los bancos comerciales tuvieron que competir por financiamiento ofreciendo tasas más altas, que a su vez los obligaron a adoptar políticas más arriesgadas de préstamos y de inversión para que las cuentas les cerraran. Los consumidores de la teoría económica ortodoxa, tendieron a elegir aquellos elementos que más favorecían sus propios intereses. Igualmente censurable, los productores de esa teoría, que se beneficiaban con ella tanto pecuniaria como psíquicamente, mostraron poca tendencia a objetar. Así se comprende cómo fue que la gran mayoría de los profesionales de la economía se mantuvo beatíficamente silenciosa y, ciertamente, ignorante del riesgo de desastre financiero. Durante muchos años fueron los teóricos los que gozaban de superioridad intelectual. Con su habilidad para resolver complicadas operaciones matemáticas, eran los miembros más prestigiosos de la profesión. En comparación, los métodos de los economistas empíricos, que buscaban analizar datos de la realidad, lucían rudimentarios. Los teóricos se mostraran condescendientes con sus colegas empíricos y fueran los amos del gallinero intelectual. Había triunfado la economía deductiva. Teóricos talentosos y hábiles fijaban la agenda intelectual. Esa misma habilidad les permitía construir modelos con infinidad de posibles implicancias. Eso significaba que los políticos podían elegir a su antojo. La teoría terminó siendo, entonces, demasiado maleable como para brindar una guía confiable a la política. Es hora de dar paso a la economía inductiva, donde el control y asesoramiento de los empíricos estará basado en la observación concreta de los mercados y sus habitantes. El trabajo en economía deben estar guiado por la observación del mundo real.

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