lunes, 25 de septiembre de 2006
¿Por qué se desprecia la ciencia en América Latina?
En Latinoamérica el discurso acerca de la necesidad de que la investigación sea orientada, evaluada y financiada de acuerdo a su utilidad de relativamente corto plazo ha sido adoptado sin fisuras por gobiernos y agencias de fomento de la ciencia latinoamericanos; los recursos para la investigación siguen siendo muy bajos, situándose en todos los países de la región por debajo del 1% del PBI, las empresas, privadas y públicas, hacen un aporte marginal a la inversión en investigación y desarrollo y no constituyen un referente nacional para la definición de agenda de investigación alguna puesto que su demanda interna es extraordinariamente baja. A la investigación se le exige orientarse hacia problemas más aplicados, tanto a nivel de discurso como de prácticas concretas de las agencias financiadoras, pero los actores productivos que se supone son los que están interesados en ese cambio de rumbos para su mejor desarrollo no plantean cuáles son las aplicaciones que les interesan y no pocas veces dan la espalda cuando desde los ámbitos académicos se proponen acciones conjuntas. Desde el espacio público, entonces, se instrumentan políticas que premian una relevancia que es más discursiva que real, sin atender a revertir uno de los polos -aunque por cierto no el único- de la contradicción: la “debilidad cognoscitiva” de los actores productivos, que los lleva a no reconocer como importante el aporte del conocimiento, a pesar de la inundación de literatura general, incluida literatura empresarial, que apunta en sentido contrario. Resumiendo, tenemos el discurso “aplicacionista” de recibo en el ámbito internacional sin tener la consolidación científica de los países desarrollados; tampoco tenemos las sólidas estructuras productivas de dichos países, lo que hace que la riqueza potencial de las interacciones ciencia-producción no se materialice. Ahora bien, no alcanza con la descripción del problema: hace falta intentar interpretarlo. ¿Porqué es tan consistente la tendencia a menospreciar, en los hechos, la producción local de conocimiento -eso es lo que hace la política pública- y la utilización del conocimiento localmente generado -eso es lo que hacen las empresas-? Una respuesta plausible sería que no se considera al conocimiento localmente generado como una de las fuentes fundamentales de desarrollo, aunque ello rara veces se diga abiertamente. Dado que ni en los dichos ni en los hechos se desestima al conocimiento como una herramienta fundamental, la conclusión resulta clara: el conocimiento que importa es el que se hace en otras partes y al cual se accede comprando máquinas, procedimientos, consultorías, expertos, etc. No valdría la pena así cultivar el conocimiento dentro de fronteras, asumiendo los importantes esfuerzos que ello implica, por considerar que resulta mucho más rendidor relacionarse de forma rápida y directa con el conocimiento ya existente Esta manera de ver las cosas es profundamente errónea, en el sentido que da lugar a acciones sumamente ineficientes y que refuerzan la ineficiencia a futuro, entendiendo aquí por eficiencia la capacidad de dar respuestas adecuadas a los problemasque están planteados. Tres razones principales dan cuenta de la ineficiencia de este enfoque. La primera tiene que ver con la necesidad de tener una sólida capacidad propia de generación de conocimientos a efectos de ser capaces de relacionarnos en forma creativa con el conjunto del saber generado a nivel mundial. No se trata sólode un problema de identificación: al fin de cuentas podríamos dejar dicha identificación en las manos de quienes tengan interés en vendernos máquinas, consultorías y otras formas de “empaquetar” saberes. La cuestión es que para hacer un uso positivo del acervo mundial de conocimientos hay que entender los propios problemas,hay que haber tratado de abordarlos de modo de poder establecer las complementariedades necesarias, hay que conocer en profundidad las direcciones disciplinarias que coadyuvan en las soluciones buscadas: en una palabra, hay que tener capacidad de investigación propia para poder usar los resultados de las capacidades de investigación de otros. La segunda razón de la ineficiencia del planteo puramente “importador” esque lo que se necesita muy raramente está listo para ser importado: si la lógica no es la búsqueda de soluciones sino la importación de soluciones, lo que termina pasando es que se consigue lo que está disponible y no lo que se necesita. Son legión los ejemplos que van desde la inoperancia hasta el desastre cuando en vez de buscar con cabeza propia se delega en otros la oferta de soluciones. La tercera razón está relacionada con el futuro: no hay mejor manera de asegurar para el tiempo por venir una situación de “subdesarrollo voluntario” que no apostar a la investigación propia, pues de ella depende crucialmente la creatividad de los estudiantes de hoy y profesionales, investigadores y trabajadores en general de mañana. Entre los aplicadores de recetas y los trabajadores creativos en el área y posición que sea, se encuentra la ausencia o la presencia de una fuerte valorización social de la investigación propia. Se cuestiona la utilidad social de una producción científica que, en América Latina, se utiliza poco. Se cuestiona el (magro) esfuerzo científico de la región porque sus mejores resultados terminan siendo aprovechados por quienes, desde fuera de ésta, tienen la capacidad de capitalizarlos. ¿Cómo enfrentar estos cuestionamientos, que sumados a la indiferencia, cuando no a la hostilidad cortoplacista, están asfixiando desde hace décadas a la ciencia latinoamericana? ¿Cómo defender y legitimar la imprescindible tarea de hacer investigación básica en América Latina en el marco ineludible del nuevo papel económico del conocimiento con todas las consecuencias que ello acarrea?
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