lunes, 25 de septiembre de 2006

Cambios recientes en las políticas hacia la ciencia

Vannevar Bush dijo: “Es obvio que los secretos más básicos de la naturaleza han sido develados por hombres que estaban motivados simplemente por la curiosidad intelectual, que querían descubrir nuevo conocimiento por el conocimiento mismo. La aplicación del conocimiento usualmente viene después, frecuentemente bastante después, y es habitualmente hecha por otro tipo de gente, con otras cualidades y diferentes intereses.” Hoy quienes ven en la pérdida de convocatoria de estas afirmaciones una pérdida para la ciencia mientras otros la consideran una transformación positiva en la relación entre ciencia y sociedad lo que es claro es que la justificación que por décadas tuvo el conjunto de la política para la ciencia, tanto en términos de financiamiento como en términos de fijación de la agenda de investigación, ha dejado de ser globalmente aceptable. Los gobiernos no parecen estar dispuestos a que los científicos, con la “simple motivación de su curiosidad intelectual”, sean quienes definan qué destino darle a los recursos que la sociedad pone en sus manos. Es bueno aclarar que la frase de V. Bush es más una expresión de deseos que una descripción de la realidad: nunca fue sólo la curiosidad intelectual la que definió las agendas de investigación; siempre hubo problemas y direcciones de trabajo que tuvieron más recursos a su disposición que otros porque ciertos agentes sociales -los ejércitos muy particularmente- tuvieron el poder de orientar los esfuerzos de investigación en direcciones específicas. Pero justamente lo que hizo la fuerza de la inspiración política venida del famoso informe de Bush, “Science, the endless frontier”, es que era una expresión de deseos. Que por cierto no terminaba con la reivindicación de la curiosidad intelectual como guía privilegiada en la búsqueda de conocimiento sino que además alertaba sobre los peligros para dicha búsqueda de mezclarla con objetivos más “terrenales”: “Hay una ley que gobierna la investigación: la investigación aplicada siempre desplaza la investigación pura”. Un modelo aislacionista de hacer ciencia quedaba así explícitamente planteado. Quizá el cambio más de fondo que se ha producido en materia de política hacia la ciencia es que estas afirmaciones no sólo no son públicamente reivindicadas por ningún actor, ni siquiera por la comunidad científica organizada, sino que ya están fuera del sentido común. La ciencia como búsqueda de conocimiento, sin haber dejado de ser entendida como tal, no se queda allí: ha pasado a ser concebida como la búsqueda de conocimiento cuya aplicabilidad debe formar parte de la decisión de búsqueda, sin dejar enteramente en manos de “otros”, y sin importar el tiempo que ello implique, la tarea de obtener frutos concretos. Los gobiernos nacionales y los tomadores de decisiones no parecen apreciar la importancia de la investigación básica, tanto como fundamento de nuestra cultura como un prerrequisito para nuestra tecnología. La lógica inercial derivada del Proyecto Manhattan, que mostró de forma espectacular cómo del más arcano de los mundos de la especulación intelectual surgía el mayor poderío alcanzado por el hombre, permitió durante décadas una justificación inapelable para el modelo aislacionista à la Vannevar Bush. El fin de la guerra fría eliminó, entre muchas otras cosas, esta justificación inapelable. Otra batalla ocupó la totalidad del escenario, la de la competitividad, y a colaborar con ella fue llamada, de forma por demás explícita, la investigación científica. Este factor no puede ser visto en forma aislada: si así se hiciera, no podría entenderse que aquí hubiera algo de esencialmente nuevo, puesto que de la investigación científica se derivaron a todo lo largo del siglo XX gigantescas industrias de inmenso impacto en la sociedad que coadyuvaron decisivamente a la generación de riqueza en aquellas naciones que más atención y recursos le prestaron. Debe por tanto combinarse el factor “ayuda directa a la competitividad” con otro, que podría expresarse así: “no pueden explorarse todos los caminos posibles”. Si no puede investigarse todo y, además, se privilegia aquello que puede a más corto plazo dar respuestas en términos de la competitividad de la economía, la política hacia la ciencia pasa a tener un instrumento bastante más preciso de focalización que la sola hipótesis que toda buena ciencia debe apoyarse porque en algún momento dará frutos. Actualmente, ciertos objetivos nacionales son traducidos en objetivos de investigación, que encuentran su camino hacia los laboratorios y el ámbito académico en general vía las agencias que proporcionan fondos en base a llamados a concurso. Así, los gobiernos inciden bastante directamente en la conformación de la agenda. Pero a su vez, los gobiernos en tanto articuladores de intereses, no responden sólo a sus propios objetivos y crecientemente incorporan demandas provenientes de muy diversos ámbitos. El empresarial es uno de ellos.

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