jueves, 10 de agosto de 2006

La máquina de Vannevar Bush

Pasaron dos guerras mundiales, donde la tecnología y la ciencia aplicada jugaron un papel decisivo. La segunda tuvo un dramático final a partir de aquella carta promovida por Szilard y firmada por Einstein, donde se llamaba a establecer “una relación permanente entre el Estado y los físicos nucleares” para alcanzar la victoria.El proyecto Manhattan introdujo un nuevo tipo de científico a sueldo, con actividad planificada, medición de rendimientos, rendición de cuentas y un gerenciamiento al estilo de las grandes corporaciones. El artífice de este nuevo y exitoso sistema destinado a la producción industrial del conocimiento científico fue el ingeniero Vannevar Bush (1890-1974). Bush no era un teórico: tenía cuarenta patentes en su haber y en 1930 había desarrollado una interesante calculadora analógica. En un artículo de 1945 (Ciencia: la frontera infinita) llamaba a organizar a los científicos que iban a quedar desmovilizados tras la guerra. Roosevelt puso a Bush al frente de la Oficina de Investigación y Desarrollo, que controlaba una población de 30 mil científicos, incluyendo los nucleares. Pasó el gobierno de Truman, que no apoyaba la iniciativa, pero Eisenhower avanzó por el mismo camino al crear la agencia ARPA, de la cual nacerían la NASA, la Comisión de Energía Atómica y hasta la Internet. Hasta los años ‘60, las investigaciones del complejo militar-industrial fueron las que gozaron de la mayor financiación. Luego vino una etapa de “medicalización” cuando Nixon le declaró la guerra al cáncer en 1971, pero el impulso inicial se sostuvo hasta la llegada de Reagan. En 1989 hubo que diseñar un nuevo Plan de Tecnologías Críticas, con una orientación pragmática, destinada a sostener el liderazgo tecnológico norteamericano, que tendía nuevamente a relegar las investigaciones de ciencia “pura”.De más está decir que el sistema norteamericano ha sido exitoso, si lo medimos con indicadores tales como la cantidad de premios Nobel. Los norteamericanos, que recibieron su primer Nobel en 1907, tuvieron veinte entre 1932 y 1941, superaron a los europeos en los ‘50 y alcanzaron el record absoluto entre 1972 y 1981, con 45 premios. En los ‘80, sin embargo, los Nobel decrecieron y en 1991 los Estados Unidos no obtuvieron ninguno. En la década siguiente retomaron el impulso, aunque sin alcanzar los niveles de los ‘70. Ya para 1986, Estados Unidos había importado más tecnología de punta de la que exportaba, y en 1989 las empresas que registraron más patentes habían sido las japonesas Canon, Toshiba e Hitachi.

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