jueves, 10 de agosto de 2006

El sistema norteamericano

El sistema norteamericano parece fundarse en una premisa: muchos mediocres, con una buena gestión y una metodología rigurosa, pueden ser más efectivos que un genio. Su pragmatismo pone en segundo plano la investigación básica, mide los resultados en patentes y cantidad de papers publicados y orienta la investigación del modo más efectivo, decidiendo la asignación de fondos. Cuando el poder se concentra en los funcionarios que reparten el presupuesto, la tendencia a la burocratización se hace inevitable: gana aquel que elige los temas que pueden seducir al Estado o al sponsor, quien presenta mejor la propuesta, se ajusta a la normativa burocrática o garantiza el mejor gerenciamiento. Cuando los que pesan son los comités de pares, la evaluación le dará más peso a la cantidad de publicaciones (no siempre a su calidad), y al prestigio profesional de quien presenta la propuesta, quien debe ser capaz de demostrar que domina el tema, aunque no es necesario que haya tenido una idea brillante. Los comités sostienen la “ciencia normal” y desconfían de las ideas revolucionarias. En otra época habrían defendido al flogisto, los epiciclos o el éter y habrían desalentado a gente como Galileo y Darwin. ¿Quién hubiera financiado a Kepler, que se pasó dos décadas siguiendo una hipótesis errónea?. El sistema creado por Vannevar Bush funcionó hasta fines de los ‘60, cuando los recursos eran relativamente abundantes para la cantidad de investigadores activos, y la mayoría de los proyectos obtenía subvenciones. En la actualidad hay más de un millón de científicos en Estados Unidos, y el crecimiento de los presupuestos ha dejado de ser exponencial. La competencia ha llegado a ser feroz, y genera una inevitable cuota de corrupción. Hay quien plagia o inventa los resultados de experiencias que jamás ha realizado, y quien recurre a la clonación para publicar el mismo artículo con distintos títulos sólo para acumular publicaciones. Lo que parece haber crecido en forma exponencial es el fraude. El problema del fraude no alcanza las mismas proporciones en los países europeos o en Japón, quizás porque los presupuestos son menores y la competencia se ve reducida. Aparentemente se trata de un problema de escala: el sistema norteamericano es demasiado grande y ofrece empleos codiciables por su estabilidad y su alto nivel salarial en un mercado donde abundan los empleos precarios. Si el aparato norteamericano se mantiene en funcionamiento y obtiene resultados es gracias a las enormes inversiones que están en juego. No es el producto final de un sistema educativo integral; se alimenta de la creatividad y el talento de los países periféricos, al punto que pocos de los Nobel norteamericanos son nativos de Estados Unidos.

No hay comentarios.:

Entradas Relacionadas

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...