miércoles, 30 de agosto de 2006

Ideología antindustrial argentina

La industrialización tiene un pecado original: no es parte integrante del proyecto del 80. Nace como actividad secundaria relativamente dependiente del desarrollo del sector agroexportador y goza de escaso prestigio social. Se inserta marginalmente en una cultura, en una sociedad y en un sistema político consolidados. La modernización social no es generada por la industrialización; además las primeras actividades manufactureras son obra casi exclusivamente de extranjeros, lo que refuerza la imagen de marginalidad de la industria en el contexto socio-cultural del país. Se crea por lo tanto en Buenos Aires una cultura “moderna” y urbana que no reposa en la industrialización. Perón no concibe el crecimiento industrial como eje de la modernización económica, sino como instrumento para la afirmación de la autonomía nacional y la creación de empleo e incorporación de las masas urbanas. A la inversa de lo ocurrido en otras experiencias históricas; se constituye en la Argentina un movimiento obrero organizado, aguerrido, y vinculado al poder político del Estado antes que la emergente clase industrial lograra consolidarse políticamente y obtener una representación autónoma de sus intereses en el ámbito del Estado. El proyecto industrialista del desarrollismo, elaborado por una tecnocracia política sin una base social propia, cae en un vació político al ser rechazado por el movimiento obrero y por agudizar tensiones y conflictos en el ámbito de los sectores económicamente dominantes. El Proceso de Reorganización Nacional pretende cerrar un ciclo de historia nacional que arranca desde la crisis del 30. Viejos prejuicios antindustriales se engarzaron y reforzaron en el ámbito del diagnóstico político-militar, que asigna a la industrialización protegida la paternidad de todos los males argentinos. La industria, que mas que cualquier otra actividad económica requiere de estabilidad, largos tiempos de maduración para sus inversiones, riesgo calculado, capacidad de previsión y programación, ha sido, sin lugar a duda, la actividad que mas ha sufrido el impacto negativo de este remolino institucional. Además, la inestabilidad institucional ha tenido graves y negativas repercusiones sobre el normal desenvolvimiento de las tareas administrativas del Estado: no solo cambian radicalmente las orientaciones de política económica, sino que cambian también la conducción política y los equipos técnicos jerárquicos de los aparatos burocráticos, estableciendo nuevas normas, reglamentos y pautas de actuación. Todo ello acompañado por la destrucción y el desmantelamiento de organización, reglas, registros, estadísticas establecidas en los períodos precedentes. El resultado es falta de continuidad administrativa, irracionalidad de las decisiones, ineficiencia y a menudo corrupción, falta de articulación y desconfianza entre los sectores medios y bajos de la burocracia -que logran una cierta permanencia en sus puestos-y la dirigencia alta, que cambia continuamente. Cuando la ocupación del poder por grupos excluyentes es la norma, y los cambios de reglas de juego son frecuentes y erráticos, los actores económicos actúan acordes con la siguiente lógica: no es posible hacer previsiones que vayan más allá del corto plazo y, por lo tanto, orientan sus acciones a maximizar sus beneficios; sin preocuparse de las consecuencias negativas que ellas suelen generar para otros sectores. Estas actitudes son racionales porque se basan sobre la premisa que la inestabilidad institucional y el carácter rotativo del ejercicio del poder aseguran que otros se comportaran de igual manera. Cada cual aprovecha la oportunidad que le brinda el control momentáneo de los resortes del poder. En términos económicos, un sistema de esta naturaleza tiende a crear una economía de saqueo, cuyas características centrales son la especulación financiera, la fuga de capitales y la suspensión del ingreso de nuevos capitales desde el exterior. Es claro que en una economía de esta naturaleza las actividades industriales que se sustentan en inversiones productivas de mediano y largo plazo son las más golpeadas.


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