lunes, 28 de agosto de 2006

El enfoque de Prebisch

Prebisch optó por un enfoque de industrialización deliberada, con participación del Estado, en respaldo del sector privado. Prebisch se educó en la tradición de la economía clásica y durante los primeros años de su vida profesional fue un economista ortodoxo. En su experiencia como joven subsecretario de Hacienda de su país, a principios de los años treinta, recomendó al gobierno aplicar políticas ortodoxas en materia monetaria, fiscal, comercial y cambiaria. Pero pronto sus ideas comenzaron a cambiar, bajo el impulso de su experiencia de gobierno iniciada en este período y continuada en el Banco Central de la República Argentina. Dos aspectos principales marcaron este cambio: i) llegó a la conclusión de que, frente a la crisis mundial, la economía argentina no se recuperaría con las recetas ortodoxas, en vista del deterioro constante de las exportaciones que contrastaba con la tendencia al fuerte crecimiento de las necesidades de importación; ii) el fracaso de la Conferencia Económica Mundial de 1933 y la acogida casi nula que tuvieron entre los países europeos las ideas de cooperación internacional de Keynes, lo convencieron de que Argentina no podía esperar una solución gracias a la reactivación de la demanda mundial. La dura negociación bilateral del tratado Roca-Runciman con Gran Bretaña le mostró los límites que imponía la alta dependencia de la exportación de productos primarios concentrada en unos pocos mercados externos. Fruto de esa experiencia fue el convencimiento de que era preciso cambiar la estructura de la producción y de las exportaciones del país por medio de la industrialización, y que para ello era necesario conjugar el juego de las fuerzas del mercado con la acción estatal encaminada a impulsar y orientar la gestión del sector privado. Prebisch pudo comprobar las profundas repercusiones que tenían en los países en desarrollo las crisis originadas en los países desarrollados, y que poco podían hacer para evitarlas. Según Prebisch, los países en desarrollo, que están en la periferia, se especializan en la producción de bienes primarios. De ahí resulta una estructura asimétrica de sus relaciones comerciales y financieras con los países desarrollados. Exportan bienes de bajo contenido tecnológico e importan otros de tecnología avanzada. Sus exportaciones contienen mano de obra de baja calificación y de débil organización sindical, con una demanda caracterizada por su baja elasticidad-ingreso. Resulta de allí una demanda de crecimiento poco dinámico para sus exportaciones; obtienen salarios y márgenes de beneficio reducidos e inestables. Sus importaciones, en cambio, contienen mano de obra calificada con alto grado de organización sindical y elasticidad-ingreso elevada, lo que implica salarios y márgenes de beneficio más altos, así como un crecimiento más acelerado para los países proveedores. A consecuencia de esta estructura asimétrica de las relaciones externas de los países en desarrollo se limita su potencial de crecimiento. La heterogeneidad estructural económica y social se traduce en desigualdad en la distribución del ingreso, cuyos rasgos más evidentes, aunque no únicos, son la pobreza y la marginalidad. La piedra angular de las recomendaciones que derivan de esta diagnosis es el proceso de industrialización que permitiría modificar la estructura productiva interna y las relaciones externas. Este proceso no podría lograrse al ritmo indispensable por efecto de las fuerzas del mercado libradas a su suerte, sino que requeriría políticas públicas activas de protección y promoción en materia de comercio, tributación y crédito. Esta política varió con el tiempo, cambiando de acento según las variaciones de la situación económica internacional y el desarrollo de la industria de la región. En la posguerra los mercados de los países desarrollados estaban cerrados por altas barreras proteccionistas. Por lo tanto, la política se orientó preferentemente al mercado interno, con la sustitución de importaciones. Pero Prebisch pensaban que, dada la pequeña dimensión de esos mercados, la sustitución de importaciones implicaba ineficiencia, por lo que recomendaron la integración entre los países latinoamericanos para agrandar los mercados y crear una competencia más intensa. Para que avanzaran las políticas de apoyo a la producción de manufacturas se necesitaba una política de tecnología para que el Estado apoyara la adaptación creadora de tecnología proveniente del exterior a las condiciones singulares de los países de América Latina y ayudara a acelerar el proceso de innovación. Con esto aumentaban la eficiencia, bajaban los costos y mejoraba la calidad de los bienes producidos para adaptarse mejor a la demanda de los mercados externos.

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