miércoles, 12 de julio de 2006

La nueva Esparta

EEUU no es la nueva Roma, sino una nueva Esparta. Su poder no es económico, político ni moral, sino puramente militar. La “pax americana” no es fruto del consenso, sino de imposición. Aunque todavía no manifieste rasgos dictatoriales, exporta un modelo económico resistido cada día más. EE.UU. depende del negocio bélico y ve la política exterior desde la misma óptica que los prusianos Clausewitz y Bismarck, aunque con componentes empresarios. Como Esparta, el país se ha convertido en un estado fortaleza, condicionado por los servicios de inteligencia, que gasta cada vez más. Roma, en cambio, hasta los tiempos de Diocleciano, no era deudora neta. Desde la ocupación de Hawái (1893) y la de Irak pasó un siglo de cambios involutivos para EEUU. Desde el golpe contra la reina Liliuokalani, Washington ha tirado abajo o contribuido a deponer quince gobiernos. Algunos, como los de Mossadegh en Irán (1953), Arbenz en Guatemala (1954) o Allende en Chile (1973), que eran legítimos pero molestaban a grandes empresas norteamericanas (United Fruit, Anglo-American Petroleum) o a la CIA. EEUU se ha convertido en un monstruo militarista, mesiánico, que se cree investido de una misión casi bíblica: “acabar con el mal”. Como toda superpotencia militar reivindica desde siempre una nobleza de propósitos y una supuesta e hipócrita adhesión a valores universales. De esta manera EEUU se siente por encima del derecho internacional y de la soberanía de los otros estados restante. En otras palabra, EEUU es un peligro para la paz mundial y para la supervivencia del planeta. Tras el colapso soviético, en efecto, EE.UU. ha afrontado conflictos en Irak (dos veces), la ex Yugoslavia, Somalía, Afganistán y por poco no crea otro en Irán. Ahora bien ¿por qué Esparta, no ya Roma? Cabe acotar que se trata de una Esparta a medio camino entre el mito y la historia. En la Grecia que sufría la ruinosa guerra del Peloponeso –siglos V y IV antes de la era común-, Lacedemonia era un anacrónica monarquía bicéfala donde la minoría aristocrática vivía para la guerra y explotaba a la mayoría mesenia desde el siglo –VII. De hecho, cuanto la propia Esparta, triunfante a principios del siglo –IV, se debilitó, sus antiguos siervos (ilotas) la hicieron pedazos. En realidad, como lo demostraron espléndidamente Gibbon y su compatriota Toynbee, Esparta sacrificó todo progreso social y económico al modelo bélico “perfecto” impuesto por Licurgo, en sí un mito. A comienzos del siglo XXI, EE.UU. está sacrificando sus propios principios a una forma de imperialismo que remite al siglo XIX.

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