viernes, 19 de mayo de 2006

La falacia del libre comercio

La idea de que el libre comercio beneficia siempre y a todos, es simplemente una falacia y no resiste un profundo análisis teórico. Mientras que sin duda una adecuada especialización y comercio entre países con similares niveles de desarrollo puede ser de gran beneficio mutuo, una liberalización comercial a ultranza entre economías con grandes diferenciales de productividad y competitividad, significa graves riesgos para los países de menor desarrollo relativo dada la probable destrucción de su base productiva. El resultado más probable de un aperturismo irracional es la "especialización" de las economías menos desarrolladas en bienes basados en recursos naturales. Algunos plantean la discusión en términos ideológicos, es decir, justifican un aperturismo a ultranza en función de una supuesta supremacía de los consumidores, que lo único que lograrían en el largo plazo sería condenar tanto a consumidores cuanto a productores nacionales a la supremacía de los productores extranjeros. Es decir, mientras que en teoría con esta clase de esquemas los consumidores se benefician en el corto plazo, en el futuro tanto consumidores y productores nacionales se perjudican, ya que, sencillamente, sin producción nacional tampoco puede haber consumo. Teóricamente, los beneficios del libre comercio se fundamentan principalmente en la conocida teoría de las ventajas comparativas. Esta poderosa idea desarrollada por David Ricardo tiene en su simplicidad su mayor fortaleza pero también su mayor debilidad. Sus debilidades teóricas son bien conocidas, entre las principales están SU ENFOQUE ESTÁTICO, LA INEXISTENCIA DE IMPERFECCIONES DEL MERCADO, Y LA AUSENCIA DE CUESTIONES DE PODER. En cuanto a la naturaleza estática de la teoría, si en nombre de las "ventajas comparativas" un país se especializa en producción de bienes agrícolas primarios basados en sus recursos naturales y renuncia a producir bienes manufacturados, muy probablemente jamás tendrá "ventajas comparativas" en estos últimos. Sin embargo, ¿quién garantiza que, de haber persistido en su intento de ser competitivo produciendo bienes manufacturados, lo hubiere logrado exitosamente, en lo que se conoce como ventajas comparativas dinámicas? Tal es el caso de Corea del Sur, que en los años sesenta empezó a construir barcos pese a no tener "ventajas comparativas" en esta industria, y hoy es uno de los más grandes y eficientes productores de barcos del mundo. Si Japón -la segunda economía mundial-, hubiese seguido el principio de las ventajas comparativas como estrategia de desarrollo y no hubiese implementado claras políticas industriales, probablemente sus principales exportaciones aún serían, al igual que en el siglo XIX, seda cruda y té. La existencia de un mercado internacional funcionando en un vacío de fuerzas y dando los correctos precios a todas las mercancías sigue siendo una fantasía. En definitiva está claro que el clásico e idealizado modelo teórico para justificar el libre comercio no es válido. En la práctica, el simplismo de las ventajas comparativas como estrategia de desarrollo para los países más pobres, significa la negación de la mayoría de aquello que conocemos como desarrollo económico.

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