sábado, 25 de febrero de 2006

Una caterva de mediocres en economia

En lo formal, el equipo económico federal tiene al frente a John Snow, secretario de Hacienda. Bush estuvo a punto de despedirlo varias veces en 2004. Luego lo redujo a marquetinero de la privatización de la seguridad social. Ex gerente ferroviario, este mediocre funcionario no pesa en los mercados y nadie lo toma muy serio. Su antecesor, Paul O’Neill, algo entendía en materia económica, pero era un improvisado y ni siquiera Bush le prestaba atención. El actual jefe de asesores económicas, Alan Hubbard -viejo amigo del presidente-, está años luz por debajo del jubilado Alan Greenspan. Igual ocurre con el evangelista de ultraderecha Karl Rove, salpicado por escándalos. Rove, nuevo subjefe de gabinete para política económica fue un gran jefe de campaña, pero no entiende nada de presupuesto. Aunque paresca increíble este bo-lu-do tiene aspiraciones presidenciales. En realidad, su objetivo es pelear la sucesión de Bush en la interna republicana, aliado a los judíos ultraconservadores que rodean al presidente. Su consigna: hacer pedazos a Rodolfo Giuliani y Condoleezza Rice, potenciales aspirantes a la Casa Blanca, por el partido republicano. En cuanto a quien reemplazó a Zoellick como representante comercial viajero, Portman, es un respetado legislador republicano, apto para vender políticas presidenciales en el Congreso no para manejar complicadas negociaciones en el plano internacional y en un campo donde la hegemonía militar no sirve de mucho. A diferencia de Nixon, Reagan y su padre, Bush prefiere empresarios petroleros afines a Cheney y fundamentalistas religiosos, no PROFESIONALES ECONÓMICOS. En este plano se parece a Ménem, Kirchner o Chávez, proclives a rodearse de superficiales o gente de pueblo chico. El caso de Hacienda es una clara muestra de pasividad. Un tercio de puestos jerárquicos en Hacienda está vacante o en manos provisorias, particularmente en el área tributaria. Al menos, durante su primer mandato Bush contó con dos sucesivos asesores principales de sólida formación, Glenn Hubbard (sin relación con Alan) y Gregory Mankiw. El primero dimitió porque nadie le prestaba atención, el segundo fue apartado porque apoyaba la tercerización laboral en el exterior (la última novedad en varios sectores que asocian productividad con mano de obra barata). Quien substituyó a Mankiw fue Harvey Rosen, experto en finanzas públicas sin acceso directo a Bush. En materia de equipo económico Bush sólo quiere promotores de sus proyectos específicos. Con notable fe en los MERCADOS VIRTUOSOS, Bush parece suponer que LA ECONOMÍA SE MANEJA SOLA y sólo se precisan vendedores hábiles de sus reformas. Eso explica en entusiasmo por marquetineros como el cubano Gutiérrez, que pasó de vender cereales Kellogg a secretario de Comercio. “La lealtad y el amiguismo importan más que el conocimiento o la experiencia”, decía años atrás Lawrence Lindsay, primer asesor económico presidencial, que debió irse por estimar que la aventura iraquí podría costar más de US$ 200.000. Se quedó corto, cortísimo. Entretanto, el único funcionario de gabinete con experiencia internacional John Taylor, subsecretario de Hacienda fue reemplazado por Timothy Adams. ¿Quién es? Pues ex miembro del equipo de la campaña electoral y, antes, jefe de gabinete de Snow. ¿Qué sabe sobre cuestiones internacionales?. Nada. Por ende ¿qué pararía en caso de crisis grande?: que será enfrentada por una caterva de mediocres.

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