domingo, 5 de febrero de 2006

Historia de las inversiones extranjeras

Mariano Fragueiro abogaba para que el desarrollo nacional se financiara por medio del crédito público y no del capital extranjero, resaltando además la necesidad de repatriar la deuda externa (entonces derivada del empréstito de Baring Brothers y de los compromisos de Urquiza, fines de la década de 1850), señalando el carácter demasiado oneroso "de todo empréstito colocado en el extranjero". Se apartaba así notoriamente del Corán liberal, manifestado principalmente por Alberdi en su "Bases" ("No temáis enajenar el porvenir remoto de nuestra industria a la civilización") y en su "Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina" (ver el capítulo "Los capitales son la civilización argentina", extranjeros, claro). A mediados del Siglo XIX, no había en Europa, por su propio desarrollo industrial y las elevadas rentas que el mismo proporcionaba a los inversionistas locales, capitales para exportar. Por eso EL DESARROLLO POSTERIOR A CASEROS SE HIZO ENTRE NOSOTROS CON RECURSOS NACIONALES Y NO CON CAPITAL EXTRANJERO. Ejemplo de ellos fueron el Ferrocarril Oeste, el alambrado, las empresas de colonización, etc. Más adelante y al acentuarse el credo liberal, se concedieron franquicias desmesuradas a las "inversiones" inglesas para desarrollar ferrocarriles. Hacia 1877 hay un movimiento de traspaso de empresas nacionales a compañías extranjeras (alumbrado público a gas, ferrocarriles, tranvías a tracción de sangre, etc.), que son casi todas inglesas, que tienen desde sus inicios asegurada la rentabilidad de sus reales o supuestas inversiones, amén del porcentaje de ganancias sobre las mismas, ASEGURADO POR EL GOBIERNO EN LOS CONTRATOS RESPECTIVOS. Así, la influencia británica fue creciendo de año en año. Su tendencia a no pagar los impuestos, a cobrar los intereses garantizados por el Estado y al no acusar ninguna ganancia para quedarse con todas las entradas de los ferrocarriles, a aguar los capitales, resultaba incontenible e incontrolable y paulatinamente crece, increíblemente, esta con la tendencia a favorecer el interés extranjero en la propia legislación vigente. Se creía entonces en la fortaleza del país (hoy ya no sobrevive esa creencia) y en las bondades sin límites del capital extranjero (esta creencia sobrevive con una firmeza inclaudicable), al cual podían (y todavía pueden), transferirse sin peligro de nuestra soberanía, nuestras fuentes de riqueza y nuestras empresas nacionales. Hasta que llegó la crisis y bancarrota de 1890. Desde entonces se han repetido las crisis y bancarrotas en nuestro país, no sólo a partir de la pérdida del carácter de "granero del mundo", que supuestamente ostentábamos hacia 1910. Fecha desde la cual y aún desde años atrás, el intercambio relativo de producción -bienes agropecuarios por bienes industriales- se nos fue haciendo cada vez más desfavorable, agravándose todo con la toma de empréstitos en el exterior, para cubrir déficit presupuestarios anuales. Así las crisis se repitieron y escandalosamente, a partir de 1976, se crea una deuda externa descomunal e imposible de pagar. Agravándose todo en la infame década de 1990, con la complacencia de tantos personajes, que aún hoy ejercen la función pública. Así fueron enajenadas las principales empresas del Estado argentino (comunicaciones, transportes, petróleo, gas, energía eléctrica, etc., etc.) A PRECIOS DE LIQUIDACIÓN POR REMATE, privándonos así de las rentas, que ellas, bien administradas nos podrían proporcionar. Y buscando también y de paso, reafirmar el principio liberal de la INFERIORIDAD DEL ARGENTINO, PARA GOBERNARSE Y ADMINISTRASE POR SI MISMO. Todo en medio de una fantástica corrupción.

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