viernes, 3 de febrero de 2006

Buceando en la Historia

Kirchner sigue una estrategia de "precios conversados" con los sectores empresarios: la política del gobierno trata de atacar las expectativas inflacionarias de corto plazo y está lejos de parecerse a un control de precios. De algún modo sería una versión light de los controles de precios del pasado. Una diferencia sustancial con el pasado es que los aumentos de precios se producen, luego de una fuerte devaluación, en un contexto de fuerte suba de la actividad económica y con fundamentos económicos sólidos (disciplina fiscal, no hay endeudamiento público, moderada política fiscal con tendencia a ser contractiva). No es una diferencia menor. Para influir sobre esta incipiente inflación, que en 2005 fue del 12 %, el gobierno utiliza los acuerdos de precios. ¿Sirven o no?. En general los economistas son pesimistas en cuanto a la capacidad de estos acuerdos para influir realmente en el combate a la inflación. Controles de precios hubo muchos en la Argentina. Pero hasta ministros ultraliberales echaron mano a alguna versión del control de precios para intentar parar la inflación: es el caso de Martínez de Hoz en 1977 o de Alemann frente a la guerra de Malvinas. En 1952 el ministro Gómez Morales, durante la presidencia de Perón, lanzó un plan de estabilización porque la inflación se ubicaba en el 30% anual. Fue una respuesta heterodoxa, que mezclaba una política fiscal dura con tipo de cambio fijo, un congelamiento de precios y salarios más la suspensión de las convenciones colectivas de trabajo por dos años. De manera que el gobierno peronista, para combatir la inflación, tenía una política fiscal ortodoxa y congelaba salarios, suspendiendo la posibilidad gremial de lograr aumentos. La pata ortodoxa era el ajuste fiscal y la heterodoxia pasaba por congelar precios y salarios para suspender el conflicto distributivo. De alguna manera, aquella experiencia –salvando las distancias– es parecida a la actual. La inflación todavía no era un problema estructural y las tasas no eran exorbitantes, y el gobierno de entonces mezclaba ortodoxia fiscal con elementos de manejo de los precios (antes congelamiento, hoy acuerdos pseudo-voluntarios). Una gran diferencia entre el presente y aquella experiencia peronista del ’52 es que los salarios quedan hoy afuera de los acuerdos. Sin embargo, indirectamente, los acuerdos de precios de Kirchner podrían interpretarse también como una forma de limitar los reclamos de Moyano y compañía. Aunque los salarios no forman parte de los acuerdos, el gobierno encuentra una manera de sugerirles a los sindicalistas que no pueden pedir cualquier cosa. En 1967 llega Krieger Vasena con su política de combate de la inflación, durante la dictadura de Onganía. Illia había dejado una inflación en torno al 30 % anual. Fue aquel un plan parecido al de Gómez Morales: control de precios y salarios, tipo de cambio fijo y ajuste fiscal. Se decide devaluar, llevando el tipo de cambio a 3,50 y poner retenciones por el equivalente a la devaluación para que el campo y los exportadores queden igual. Muchos y llamativos parecidos a la luz del momento actual. De manera, que liberales, tengan en cuenta que cuando las papas queman para todos y Uds. mismos hicieron cosas iguales cuando estuvieron allí arriba, en donde las brasas queman. Krieger Vasena vaticina en un discurso público que aquella "será la última devaluación de la Argentina". La Historia lo desmiente. Pero las similitudes continúan, lo que no significa que los finales vayan a ser idénticos: las primeras grietas al plan surgen por el lado del precio de la carne. Aldo Ferrer era el ministro en 1970 y pronostica una inflación anual del 10%, y solamente en el primer mes llega al 10%, en buena medida por la suba del precio de... la carne. A diferencia del presente, los funcionarios optan por no afectar las exportaciones (necesitaban las divisas) e implantan una veda al consumo interno, que no sería demasiado eficaz. Una respuesta opuesta a la que acaba de tomar la Miceli, quien, al anunciar un registro de exportadores de carne, ratifica que el gobierno actual seguirá privilegiando el mercado interno por sobre la exportación. El plan de Gelbard de 1973 tiene también similitudes pero una diferencia de fondo con los demás y con el presente: lleva adelante una política fiscal laxa, expansiva. Curiosamente, en la gestión de Gelbard ocupó el cargo de Director de Precios del Ministerio de Economía un joven que discutía mano a mano con las empresas que gestionaban aumentos. Se llamaba Roberto Lavagna. La historia terminaría con el estallido de 1975, llamado popularmente Rodrigazo. Otro caso interesante de política con controles de precios fue el Plan Austral en el gobierno de Alfonsín. Cambio de moneda mediante, Sourrouille buscó parar la inflación de golpe, y por un tiempo lo consiguió. La política incluía ajuste fiscal, tipo de cambio fijo y control de precios y salarios. Con estas experiencias en mente aparecen algunas conclusiones. LA INFLACIÓN ES HOY MUCHO MÁS BAJA que cuando aquellos planes se ejecutaron, y LAS CONDICIONES MACROECONÓMICAS Y FISCALES MUCHO MÁS SÓLIDAS. Además, Kirchner, descendiente de suizos, cree la política fiscal superavitaria. Lo que se está implementando no son controles de precios, a pesar de ser un instrumento heterodoxo, y se orienta a evitar nuevas aceleraciones de la inflación. Los actuales acuerdos son parciales y, como riesgo, pueden promover actitudes preventivas de los empresarios. El peligro es que los éstos suban los productos que no están en los acuerdos. Pero la clave es tener por fuera a los salarios, que en todas las experiencias históricas formaban parte de los acuerdos o controles. Hasta en la época de Perón.

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