sábado, 30 de julio de 2005

Las recetas del FMI y el BM

El Banco Mundial y del FMI pretenden de aplicar “leyes” económicas universales —relacionadas al movimientos de capitales, la privatización, el tamaño y los objetivos de los gobiernos— a los problemas del desarrollo económico. Pero las dos últimas décadas han demostrado que estas rígidas aplicaciones de la teoría económica ortodoxa son un fracaso. En lugar de defender este historial de fracasos, los analistas del Banco Mundial y del FMI deberían de intentar descubrir cuál ha sido el error. Y lo más importante, deberían de permitir a los gobiernos que siguieran un camino propio para el crecimiento de sus países. En América Latina, por ejemplo, el PIB per cápita creció un 75% entre 1960 y 1980, mientras que en el período posterior solamente ha aumentado un 6%. En el área del África subsahariana, el PIB per cápita creció un 36% en el primer período y, desde entonces, ha disminuido un 15%. NO HAY NINGUNA REGIÓN DEL MUNDO EN LA QUE EL BANCO MUNDIAL O EL FMI PUEDAN DECIR QUE LA ADOPCIÓN DE LAS POLÍTICAS QUE PROMUEVEN —O QUE, EN MUCHOS CASOS, IMPONEN— HAYA TENIDO ÉXITO EN LOS PAÍSES PRESTATARIOS. Cuando economistas prominentes cuestionan los resultados de las recetas del FMI y el Banco Mundial, estos no hacen caso alguno. El FMI repite simplemente sus afirmaciones de que ayuda a los países en vías de desarrollo a mantener la estabilidad macroeconómica y a desarrollarse. Sin embargo, esto es exactamente lo que no han hecho. Si el FMI y el Banco Mundial fueran simplemente instituciones de investigación, sus errores no serían tan perjudiciales, puesto que sus análisis concurrirían en el mercado de ideas y serían juzgados por su éxito o su fracaso. Pero en realidad CONTROLAN EL ACCESO AL CRÉDITO DE LOS PAÍSES EN VÍAS DE DESARROLLO, donde vive la mayor parte de la población del mundo. El FMI actúa como un portero: la mayoría de los préstamos del Banco depende de su aprobación y, por lo tanto, de la adhesión del país prestatario a las condiciones del FMI. La mayor parte de los créditos de otras instituciones multilaterales (por ejemplo, el Banco de Desarrollo Interamericano) e incluso de fuentes privadas dependen del visto bueno del FMI. Como resultado de los convenios, tanto el FMI como el Banco Mundial tienen el poder de imponer sus políticas a docenas de gobiernos de todo el mundo. Por ejemplo, sólo en los tres últimos años, el FMI y sus acreedores aliados han cometido serios errores de política que han reducido sin ningún género de dudas el crecimiento económico acumulado de cientos de millones de personas. En la crisis financiera de Asia, las políticas monetarias drásticamente restrictivas del FMI (tipos de interés que llegaron a alcanzar el 80% en Indonesia) y la austeridad fiscal ahondaron la recesión y dejaron en la pobreza a decenas de millones de personas. En Rusia, el FMI insistió en 1998 en mantener una tasa de cambio fija sobrevalorada, que requería un aumento del tipo de interés hasta del 150%. Esta política no solamente condujo a un peso excesivo de la deuda externa, sino que mantuvo una burbuja especulativa en la esfera financiera y drenó la economía real de inversiones de capital. El sobrevalorado rublo mantuvo las importaciones artificialmente baratas, frenando la producción interior, y las exportaciones excesivamente caras —hasta que la moneda se derrumbó en agosto de 1998. El FMI apoyó una política similar en Brasil. El gobierno elevó los tipos de interés por encima del 50% y en noviembre de 1998, con vistas a estabilizar su moneda sobrevalorada, aceptó préstamos billonarios del FMI, lo cual no impidió que la economía se derrumbara pocos meses más tarde. Los defensores del statu quo sostienen que todos estos casos hubieran sido peores sin las políticas del FMI. Aunque siempre es aventurado decir qué habría pasado sin ellas, existen fuertes indicaciones en cada uno de estos ejemplos. Por ejemplo, en Indonesia, los tipos de interés extremadamente altos no lograron prevenir que la moneda perdiera más de tres cuartos de su valor. Resulta difícil imaginar cuánto más se habría devaluado la moneda o hasta qué punto la prevención de un colapso mayor hubiera evitado las bancarrotas y el derrumbe económico causados por estos tipos de interés. Podemos utilizar también los argumentos contrarios de Malasia que en vez de subir hasta las nubes los tipos de interés para defender su moneda, impuso controles monetarios. A pesar de la amplia oposición de los acreedores extranjeros —tanto multilaterales como privados— a esta maniobra, Malasia emergió de la crisis con el menor porcentaje de pérdida de producción entre los cinco países. En las intervenciones en Rusia y Brasil, el argumento del FMI para sacrificar la producción con el fin de defender la moneda era que la devaluación conduciría a una inflación desbocada. Ahora sabemos que dicho argumento era falso. La inflación en Rusia durante el año que siguió a la devaluación (1999) fue del 36% y este año está rondando el 25%. La inflación en Brasil fue de 8,9% en 1999 y ha bajado al 1,4% durante los primeros cinco meses de este año. La devaluación rusa en particular ha sido favorable para el arranque de su estancado sector industrial, pues la producción de las fábricas ha aumentando un 12,8% y el excedente comercial se ha multiplicado por diez desde el hundimiento del rublo. Todos estos errores forman parte de un modelo de políticas macroeconómicas que tienen una pronunciada tendencia a la contracción. Desembarazarse de un déficit de liquidez mediante la contracción de la economía interior, por ejemplo, es una estrategia que el FMI ha desplegado durante décadas y por mucho que la “disciplina fiscal” y las políticas antiinflacionistas sean favorables en algunos casos tales medicinas son a menudo completamente letales si se las prescribe de manera impropia o a dosis excesivas. Ahora está mundialmente reconocido que la liberalización de los mercados financieros en el Asia oriental fue la causa principal de la crisis financiera asiática, puesto que llevó a una enorme concentración de deuda externa a corto plazo con respecto a las reservas. La repentina inversión de flujos de capital que tuvo lugar después resultó devastadora. El FMI y su patrón, el Departamento del Tesoro de EE UU, promovieron esta liberalización de mercados de capital. Pero los países en crisis, en particular, no necesitaban una mayor afluencia de inversiones bursátiles, que acabaron de desestabilizar sus economías; tenían tasas muy elevadas de ahorro interior. LA POLÍTICA DE LIBERALIZACIÓN DE LAS CUENTAS DE CAPITAL TENÍA MÁS QUE VER CON LA BÚSQUEDA DE INVERSIONES EN EL EXTRANJERO POR PARTE DE LOS FONDOS MUTUOS DE EE UU QUE CON LAS NECESIDADES DE LOS PAÍSES PRESTATARIOS.

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