lunes, 25 de julio de 2005

El FMI y la Argentina

Cuando, en 1944, se reunieron en Bretton Woods los representantes de 44 países a fin de aprobar la creación del FMI, entre sus objetivos se contemplaba otorgar créditos para solucionar desequilibrios en los sectores externos; facilitar el crecimiento de las economías e impulsar la estabilidad cambiaria. Pero las cartas de truco estaban marcadas. Por una parte, el FMI y el Banco Mundial estuvieron desde el principio controlados administrativamente por los gobiernos de los países poderosos, que aportaron más dinero: EEUU y las potencias de Europa Occidental, que se repartieron las presidencias y condicionaron las políticas. Por otra, los propósitos iniciales se alteraron; ambos organismos se transformaron en verdaderos “guardianes del dinero” de la comunidad financiera internacional. En una primera época, la forma usual para obtener financiamiento del FMI eran los acuerdos stand by; el país solicitante se comprometía a la aplicación de metas económicas que consistían en programas de ajuste. Estos condicionantes pueden rastrearse desde que la Argentina se integra al FMI, durante la autodenominada “Revolución Libertadora”, en 1956. Desde entonces la caída de la Argentina ha ido por una pendiente infinita. En cuanto tuvimos la calidad de socios, las “recomendaciones” impuestas por el organismo para otorgar créditos no se hicieron esperar y tuvieron como principal objetivo frenar la inflación y recuperar el equilibrio del sector externo. Estas medidas se basaban en un conocido diagnóstico: la inflación y el déficit de las cuentas externas eran el producto de una demanda excesiva atribuida a una fuerte expansión monetaria. De aquí que las soluciones se encontraban en la aplicación de políticas monetarias y fiscales restrictivas, y la necesidad de poner freno a los aumentos salariales.
A fines de los ‘60, el dólar comenzó a debilitarse porque los yanquis ya habían empezado a usar la “maquinita”para inyectar efectivo al mercado. El aumento de la cantidad de dólares en circulación y el estancamiento de las naciones centrales impulsaron el incremento de la oferta de créditos hacia países subdesarrollados. En este nuevo contexto, el FMI entonces dio un fuerte apoyo a las dictaduras militares, GARANTIZANDO EL INGRESO AL PAÍS DE ENORMES MASAS DE CAPITAL FINANCIERO. De ese modo, se fortalecieron las dictaduras de toda América Latina, promoviendo la llegada de inversiones especulativas que aprovechaban el crédito barato y TENÍAN ASEGURADA LA SALIDA DE CAPITALES para cerrar ciclos de negocios financieros altamente rentables. El FMI se despreocupó del destino de esos créditos y la capacidad de repago de los países receptores, y la deuda externa durante la última dictadura aumentó, con ese aval del Fondo, el 364%. El alto grado de vulnerabilidad de la economía argentina, y de Latinoamérica en general, culminó con la crisis de los ‘80, que se desencadenó cuando el pago de los servicios financieros se hizo insostenible, AL SUBIR LAS TASAS DE INTERÉS EN EEUU. Entonces, el FMI se encargó de presionar salvajemente a los países deudores para que cumplieran con los pagos de deuda mediante el gran sacrificio que implicaban los planes de ajuste. Como en los ‘90, se produjo nuevamente una alta liquidez internacional, los capitales empezaron a buscar de mayor rentabilidad, entonces el Fondo pasó a avalar los flujos de capital impulsando, mediante gobiernos neoliberales, las llamadas “reformas estructurales”. La Argentina fue el mejor ejemplo de estas transformaciones. Durante la presidencia Menem, el FMI brindó un amplio apoyo a los cambios en la política económica del gobierno firmando cinco acuerdos entre 1989 y 1999. Las “reformas estructurales” fueron el centro de los acuerdos de la década del ‘90 y casi todas resultaron implementadas: privatizaciones; aperturas comercial; flexibilización laboral; desregulación de mercados. Como producto de la política de esos años, la crisis se desencadenó cuando el enorme peso de la deuda, A TASAS MUY ALTAS Y CON EL CONDICIONAMIENTO DE CONTINUOS AJUSTES, impidió obtener las divisas necesarias para detener la fuga de capitales, que se aceleró en el año del colapso. Los datos hablan por sí solos: en agosto de 2001, el FMI brindó un préstamo extraordinario de 6.300 millones de dólares y 6.000 millones salieron del sistema entre septiembre y diciembre. El FMI retiró definitivamente su apoyo, estaba saciado por el momento, pero ya sabemos: el monstruo siempre vuelve a tener hambre. Ya hace casi 50 años que nos vienen garcando, YA ES HORA DE DECIR BASTA.

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