En 1933, como parte de la reacción a la Gran Depresión, el Congreso de Estados Unidos pasó la “Ley Bancaria”, o ley Glass-Steagall. Esto, por haber sido presentada por el representante Henry Steagall y el ya mencionado Glass, quien para ese entonces era senador (a pesar de los problemas económicos, el amigo Glass había sabido trepar unos peldaños en la escala política).
Nadie le había hecho caso en los años 20 del siglo pasado. Y una vez producido el desastre, su ley fue parte fundamental del New Deal de Presidente Franklin Delano Roosevelt. Según su descripción, la ley fue creada para “proveer de un uso más seguro y efectivo de los activos de los bancos, regular el control interbancario, prevenir la digresión indebida de los fondos en inversiones especulativas”. En corto, lo que hizo fue separar la banca comercial (la que toma depósitos y otorga préstamos a personas o empresas y rentabiliza a partir de comisiones e intereses, y donde usted probablemente tiene una cuenta) de la banca de inversión (la que crea fondos de inversión para colocarlos en los mercados de capitales a través de la compra y venta de activos financieros, buscando ganancias gracias a los movimientos en las cotizaciones del mercado).
En los años 20 los bancos comerciales comenzaron a “jugar” con el dinero depositado por sus clientes en los mercados financieros. Pero cuando se produjo una baja generalizada en los mercados bursátiles, las pérdidas “limpiaron” las reservas de los bancos destinadas a préstamos, principal motor de la actividad económica. Ésta se frenó en seco, provocando la mayor depresión económica de la historia de Estados Unidos, con repercusiones en el mundo entero. En el medio, muchos vieron sus depósitos desvanecerse.
Entonces, en 1933 la consigna de la Glass-Steagall era que no se volviera a repetir.
Y lo cierto es que anduvo bastante bien… hasta que llegaron los locos años 90.
La Guerra Fría había terminado y Estados Unidos se erigía como el ganador. Se hablaba del triunfo del pensamiento único, del Fin de la Historia, con mayúsculas. Se hablaba de un punto en que la humanidad, luego de probar y probar, finalmente había encontrado una respuesta para su desarrollo y bienestar, y que había que profundizarlo.
(No se tomó en cuenta el Islam o el crecimiento chino, pero eso dejémoslo para otra ocasión.)
Lo cierto es que en ese desenfreno exitista, con Estados Unidos experimentando su proceso de crecimiento económico más prolongado desde la posguerra, los bancos y lobbystas del sistema financiero comenzaron a presionar por un cambio en las reglas del juego.
En abril de 1998 se inició un proceso de fusión entre Citicorp y una enorme aseguradora llamada Travelers. Ya en los años 70 se había producido un intento similar cuando el First National City Bank había recibido autorización por parte del supervisor William Camp para ofrecer cuentas de inversión. El Investment Company Institute se opuso y todo terminó con un fallo de la Corte Suprema de Estados Unidos de 1971, conocido como Investment Co. Inst. v. Camp. A pesar de las presiones de la Administración del republicano Richard Nixon por aprobar la operación (en el mismo año del fin del patrón oro), la Corte argumentó a favor de la ley Glass-Steagall que:
“El Congreso estaba preocupado de que los bancos comerciales en general y miembros de la Reserva Federal en particular fueron dañados por el declive del mercado bursátil en parte por su involucramiento directo e indirecto en la negociación y posesión de activos especulativos.
“La historia legislativa de la ley Glass-Steagall muestra que el Congreso también tenía en mente y se enfocó repetidamente en los peligros más sutiles que emergen cuando un banco comercial va más allá del negocio de actuar como fiduciario o agente gerenciador y entra en el negocio de la banca de inversión, ya sea directamente o estableciendo una filial que tenga y venda inversiones particulares.”
Pero en 1998 todo esto fue desechado, y fue un demócrata, Bill Clinton, quien se puso la camiseta de los grandes bancos. “Nos estamos quedando atrás”, reclamaban entidades como JP Morgan, Goldman Sachs o Merrill Lynch. Claro, el Citi, cuya fusión con Travelers fue el estandarte (de ahí Citigroup). Estados Unidos había ganado la Guerra Fría y sus bancos debían ponerse a tono con los procesos de desregulación que estaban sucediendo en Europa.
Un año más tarde, el Presidente de Estados Unidos firmaba la Ley de Modernización Financiera, más conocida como ley Gramm-Leach-Bliley, que efectivamente derogó la prohibición de que banca de comercial y de inversión operaran bajo un mismo paraguas.Washington y Nueva York fueron una fiesta. JP Morgan compró a Chase y grandes bancos comerciales como Bank of America o Wachovia comenzaron con operaciones de banca de inversión. Vino 2001, el ataque a las Torres Gemelas y, para reactivar la economía, comenzaron las tasas bajas. Vinieron los préstamos hipotecarios “para todos”. Hasta que todo llegó a su fin en 2007 y 2008.
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