El superávit comercial alemán alcanza los 15.300 millones de euros, su gobierno está por introducir rebajas impositivas por unos 6000 millones y recientemente descubrió -aparentemente por casualidad- que la recaudación de este año sería 16.200 millones más de lo que se pensaba. El éxito económico alemán se basa en un vínculo íntimo y moderno entre determinado pueblo y una especialización. Cuanto más inmaculado y encantador el lugar, tanto más probable es que una vuelta por las afueras revele la verdadera fuente de su riqueza: alguna industria. Un número llamativo de pueblos se basan en fabricar cosas. En todo el sur de Alemania se descata la propensión a la precisa, experta y elaborada creación de objetos -motores, lentes, microprocesadores, enormes piezas de acero- que pagan los viajes a Tailandia, los abrigos de piel y todo lo demás de sus habitantes. La pregunta del porqué Alemania es así ha generado debates sin solución por lo menos desde hace un siglo. Una explicación tradicional, con raíces llamativamente persistentes, es que el éxito se debe a la ética protestante del trabajo, pero hoy algunas de las áreas más productivas de Alemania, en particular las abrumadoramente prósperas Baden y Baviera, son… católicas. Y los pequeños bolsones de mayor pobreza del país son… ¡protestantes!. Una respuesta más plausible se encuentra en la tradición del "oficio". Cuando la región estaba dividida en cientos de mini-estados bajo el Sacro Imperio Romano, cada uno de estos estados tendía a especializarse en algo. Algunos de los lugares -con nombres graciosos tales como Öttingen-Öttingen- eran pobres y consistían en un castillo con un lord borracho desmayado en su interior y un puñado de granjeros y sirvientes amargados afuera. Las ciudades estado tales como Hamburgo, o territorios más grandes como Sajonia, eran más serios. Pero a diferencia de Gran Bretaña, por ejemplo, había una falta absoluta de un Londres, o incluso un Manchester o un Glasgow. En cambio, cientos de lugares competían entre sí, muchos con sus propias cortes reales alentando el tipo de trabajo de precisión que requieren los instrumentos musicales o las armas de alta calidad, lo que llevó naturalmente a modernizaciones que llegan al presente. Cada lugar defendía lo suyo y niveles ridículos de burocracia paralizaban el movimiento a través de Alemania. El comercio a lo largo del Rin casi no dejaba ganancias por los impuestos que cobraban cada pocos kilómetros un micro-estado detrás de otro, cada uno dueño de su pequeño tramo de río. Este provincialismo extremo era el territorio de administradores visionarios. Luego de visitar Londres o París, volvían púrpura de vergüenza por lo atrasada que era Alemania. El pobre Goethe, en sus años como administrador de un estado tan poco impresionante como Saje-Weimar, a veces se escapaba a la aldea de Ilmenau para tratar de persuadir a los locales de que pusieran en funcionamiento su pequeña mina de cobre inundada. Pero se daba por vencido y se iba a caminar por las montañas, donde escribía poemas y obras de teatro y estudiaba geología. Por supuesto que esto cambió con tremenda rapidez en el siglo XIX. Napoleón venció sin esfuerzo a las tropas del Sacro Imperio Romano, aboliendo todo eso en 1806, y reunió los micro-estados en unidades más grandes y coherentes. Luego siguieron una serie de convulsiones y guerras que eliminaron otras anomalías. El comercio transformó lo que era un rompecabezas de lugares atrasados en una superpotencia, aboliendo impuestos internos, construyendo ferrocarriles y canales, creando una flota mercante global. Es decir, crearon una zona de libre comercio protegida por un gran Estado. Internamente se hicieron librecambistas, externamente, mercantilistas. Fue un éxito magnífico. El diminuto pueblo de Essen, esencialmente una abadía, anduvo soñadoramente por las décadas hasta que en 1803 las monjas fueron echadas y en 1811 Friedrich Krup construyó allí su primera acería. Para fines de siglo ya estaba dominada por la industrialización, y terminó siendo la "armería del Reich". Los cataclismos de 1914-1945, en los que Alemania usó su fuerza para fines cada vez más terribles, nunca modificaron su extraña estructura subyacente: una masa de pequeños especialistas basados en pueblos aún más pequeños. La capacidad de recuperación y el alcance que dio esto a Alemania la volvió formidable en ambas guerras mundiales, lo que quedó grabado en la memoria británica por la interminable cantidad de blancos industriales que tuvieron que ser bombardeados por la RAF. La Alemania occidental devastada, ocupada y humillada de 1945 se reconstruyó a partir de una versión más pequeña de los mismos principios: cientos de pueblos, cada uno produciendo algo excepcional. Y resultó que esta nueva prosperidad alemana también estaba íntimamente vinculada con la exportación exitosa de cosas que gustaban a los extranjeros, y el dinero resultante que permitía a los alemanes comprarse cosas. Este patrón exitoso, una especie de línea de montaje de inversiones, ideas, cosas y consumidores, continúa hasta el presente.
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1 comentario:
No me termina de quedar claro el post....
Claramente el exito alemán se explica a partir de elementos idiosincráticos, ellos aman el orden, la perfección, la disciplina, el rigor... en cambio Argentina tiene como rasgo distintivo el atar las cosas con alambre, improvisar, violar sistemáticamente las normas... así nos va.
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