El polvo ha ido cubriéndolo todo. La devastación urbana de EE UU tiene una particularidad: una vez vista, es imposible de olvidar. Detroit, capital de la industria del automóvil y paradigma de esa decadencia, tiene hoy menos habitantes que en 1910, barrios enteros semivacíos, edificios desocupados, un paisaje descorazonador. Washington conserva un enorme encanto y sin embargo en las afueras -barriadas de nombres sonoros, Hyattsville, Lanham, Riverdale- no es difícil encontrar esas casas llenas de polvo, con el moho avanzando de forma imparable en su interior, con ese grado de abandono que hace inútil el cartel que anuncia que algo extraño está pasando en la capital de la primera potencia económica del mundo: desahucio. A 15 kilómetros de esa casa, la flamante sede del FMI alberga una montaña de cifras en las que puede seguirse el rastro que han dejado esas cicatrices inmobiliarias de Riverdale y Detroit en la economía estadounidense, y también la otra cara de la moneda, el negativo de esa historia, que discurre al otro lado del mundo. El informe de Perspectivas Económicas del FMI constata que China va a adelantar a EE UU. La novedad está en el cuándo: el PIB chino en paridad de poder adquisitivo -un ajuste estadístico que permite comparar las cifras teniendo en cuenta lo que puede comprarse con el mismo billete de dólar en un país y en el otro- será el primero del mundo antes de lo que nadie pensaba, en 2016. China ya superó a Japón en paridad de poder de compra hace años, aunque tuvo que esperar a 2010 para que el volumen total de su economía -sin ese ardid estadístico, en dólares contantes y sonantes- fuera el segundo del mundo. Algo parecido sucederá con EE UU: Goldman Sachs calcula que China se convertirá en la primera potencia en datos absolutos en 2027. Un cambio en la cabeza de la economía mundial es un evento raro que suele venir acompañado de enormes shocks. EE UU desbancó a Reino Unido hace un siglo, y ese avance estuvo vinculado a conflictos y a varias sacudidas económicas, antes del sorpasso (1873, en una crisis financiera con un extraño parecido con la actual) y después (1929 y la Gran Depresión). Esta vez no es diferente: la crisis que dio comienzo en ha dejado heridas en el sistema financiero y en el sector inmobiliario norteamericano. En el año 2009, el PIB estadounidense cayó el 2,5%; China creció el 8,7%. Aunque la pujanza china viene de antaño: en las tres últimas décadas EE UU ha crecido una media del 2,8%; China, del 10%. Por primera vez en la historia un país relativamente pobre y que no deja flotar su moneda será la primera potencia. Se trata de una simple cuestión de tamaño. 1.300 millones de personas arrojan cifras avasalladoras. Un total de 300 millones de chinos pasarán del campo a la ciudad y requerirán centenares de miles de viviendas y grandes inversiones en infraestructuras. El final de la hegemonía estadounidense ya se anunció dos veces en el siglo XX. Primero fue Rusia, luego Japón: el fiasco fue total en ambos casos. Tampoco China tiene el panorama despejado. En el país impera una suerte de capitalismo manchesteriano, pésimas condiciones laborales y flujos migratorios a los centros industriales. Un vecino de Riverdale explica la historia del polvo acumulado en una casa desahuciada del arrabal de Washington: "El negocio de la familia empezó a ir de mal en peor y la hipoteca comenzó a subir. El sueño americano, pero al revés".
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