Principios de agosto de 2007. Hacía ya dos meses que el banco de inversión norteamericano Bearn Stearns había dado a conocer al mercado las graves pérdidas de dos de sus fondos que invertían en hipotecas de alto riesgo, también conocidas como hipotecas 'subprime' o 'basura', concedidas a personas sin ingresos estables que no fueron capaces de responder a los compromisos cuando los tipos de interés rebasaron en Estados Unidos el 5,25%. Hasta entonces, ninguna alarma seria había llegado hasta España. La economía española acumulaba un largo periodo de bonanza, con crecimientos del Producto Interior Bruto (PIB) cercanos al 4% anual, y las Administraciones Públicas se enorgullecían de presentar cuentas con superávit cuando llegaron a Europa los primeros impactos de la crisis inmobiliaria en pleno desarrollo en Estados Unidos. El 9 de agosto BNP Paribas congeló los reintegros de tres fondos de inversión que habían realizado colocaciones vinculadas a créditos hipotecarios. La aseguradora Axa, el banco privado francés Oddo, el fondo Union Investment de las cajas alemanas, el Frankfurt Trust y el banco público germano WestLB se vieron pilladas en la misma trampa por esas fechas, y los temores se fueron extendiendo por la Unión Europea. Se produjo el primer episodio de sequía en el mercado interbancario, y el BCE suministró los primeros 95.000 millones de euros. En España, el entonces ministro de Economía, Pedro Solbes, se limitó a decir que el mercado hipotecario español nada tenía que ver con el de Estados Unidos, la incidencia de 'subprime' era casi inexistente y los índices de morosidad estaban en niveles muy bajos. Pero los episodios de sequía de liquidez en el mercado mayorista del dinero se han reproducido desde entonces y la economía real se contagió poco a poco de la enfermedad de los sistemas financiero y asegurador. Las autoridades estadounidenses, que habían optado por el rescate de las hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac, dejaron caer a Lehman Brothers, y aunque después ayudaron a reflotar Merrill Lynch y AEG, el mal ya estaba hecho. La desconfianza colocó a las finanzas y la economía mundiales al borde del colapso. No se han recuperado desde entonces. España no tenía productos basura, pero las empresas y las familias se habían endeudado muy por encima de sus posibilidades, y se construían 700.000 viviendas al año para una demanda que, en el mejor de los casos, no superaba las 400.000. En torno a la producción de casas y al sector del turismo giraba casi un tercio de la actividad econòmica española. Mientras, en el exterior se sucedían las quiebras bancarias y los rescates, y afloraban escándalos como la estafa piramidal del magnate estadounidense Bernard Madoff, el mayor fraude financiero de la historia; el pinchazo de la burbuja inmobiliaria desinflaba con rapidez el crecimiento español y acarreaba secuelas indeseables: el muy rápido incremento del paro hasta el 20%, el aumento de la morosidad que ahora ronda el 5% y pasa del 8,7% si se suman las adjudicaciones de pisos y suelo a bancos y cajas, y la escalada de los números rojos de las cuentas públicas. Pese a que el BCE corrigió pronto el tiro y redujo el precio oficial del dinero al 1% en la zona euro, muchos hogares españoles, muy endeudados y con ingresos menguantes, dejaron de pagar las letras al banco. La factura de la protección social y el descenso de la recaudación tributaria dispararon el déficit de las administraciones públicas hasta niveles desorbitados.
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