domingo, 31 de mayo de 2009

La industria que supimos conseguir

Partiendo de la premisa de que la formación de una sociedad industrial como sinónimo de nación desarrollada y moderna debe ser entendida como un sistema social y económico, Jorge Schvarzer hace un análisis de la historia político y social de la industria argentina, centralizándose en las características de su lógica económica. Considerando que el proceso fabril está basado en una lógica productiva cuyo motor es la ciencia y la tecnología en un determinado contexto social que promueve y estimula su expansión, el autor intenta mostrar que en la Argentina, la mera acumulación de talleres, máquinas, instalaciones y equipos no consiguió establecer un sistema fabril coherente. El desarrollo de la Revolución Industrial (ferrocarril y buques a vapor) y no el capitalismo forjó, según el autor, la formación del mercado mundial hacia fines del siglo pasado. Ahora bien, ¿es posible diferenciar el capitalismo de la máquina a vapor como símbolo de la revolución industrial? ¿No forman parte de un mismo proceso? La dinámica del capitalismo de expandirse a nivel mundial, no es mencionada, por Schvarzer que de algún modo idealiza un determinado tipo de capitalismo racional. Sin embargo, señala que no se puede establecer una especie de “determinismo tecnológico”, sin considerar las voluntades políticas, como cuando se remarca el rol de Gran Bretaña que desde mediados del siglo XVIII, para conservar su primacía incentivó la creación e instalación de fábricas, cuidando celosamente su monopolio y controlando “la fuga de cerebros” de técnicos que pudieran reproducir el proceso en otros países. Con este ejemplo, entre otros, muestra la existencia de una integración de objetivos entre los diversos gobiernos, grupos empresarios, funcionarios y técnicos, otorgándole a los diversos sistemas fabriles cierta direccionalidad, en base a este “modelo ideal”; lo que el autor intenta demostrar es que en la Argentina no existió dicha integración, “lamentando” que no se haya copiado con ingenio alguna alternativa coherente. La inserción al mercado mundial marcó a fuego los diversos intentos de desarrollo industrial. Desde los primitivos saladeros que requerían escasa tecnología, hasta la instalación de los ferrocarriles sin desarrollar una siderurgia autóctona y promoviéndola en cambio, en Gran Bretaña, van tallando las huellas de una lógica más comercial que industrial ideal, donde la elite que se va conformando, prioriza las altas ganancias en el mercado mundial y los bajos riesgos productivos. El auge del modelo agro-exportador hacia fines del siglo pasado “condicionó” la posibilidad de generar una sociedad industrial, ya que los planteos industrialistas partían de la misma elite exportadora ante las crisis coyunturales de la balanza comercial, producto de la baja de los precios de exportación y la consecuente imposibilidad de importar productos; o bien durante la Primera Guerra Mundial, conformándose una incipiente producción fabril basada en la producción alimenticia y caracterizada por el escaso interés en los cambios tecnológicos y la ausencia de progreso productivo y social, remarcando la actitud paternalista de los empresarios, y que la dependencia de la provisión externa de máquinas y herramientas se manifestaba como uno de los problemas del desarrollo industrial, en una economía donde existían áreas controladas por grupos monopólicos. La revalorización de la figura de Alejandro Bunge como protector de la industria local, de la implementación de la enseñanza técnica, y de su interés por construir viviendas para los grandes sectores sociales, que podría generar efectos positivos sobre una serie de ramas productivas mientras mejoraría las condiciones de vida de toda la población; marca claramente aquella idealización de un determinado tipo de capitalismo que vitaliza el mercado interno con ribetes distribucionistas, “criticando” que los proyectos de Bunge hayan sido ignorados por la elite; en cierta medida le objeta a las clases dominantes que no advirtieran la necesidad de desarrollar dicho modelo, perdiendo de vista que su objetivo estratégico era acomodarse de la mejor manera posible a los vaivenes del mercado mundial. Si bien la crisis del ’30 no es meramente coyuntural, la opción de la industrialización por sustituciones es considerada por la elite como provisoria, ya que se soñaba con un no tan tardío retorno a la “época dorada” del auge exportador, como lo señalaría brillantemente ante el debilitamiento del poder industrial británico y la incipiente necesidad de acercarse hacia los Estados Unidos, uno de los exponentes más lúcidos de la elite, Federico Pinedo: “una rueda menor dentro de la rueda mayor, las exportaciones”, previendo parte de nuestro futuro. Ante este marco, Schvarzer sostiene que: “...la opción natural de los propietarios constituía en maximizar sus beneficios personales; para ello retiraban la mayor cantidad posible de ganancias al mismo tiempo que reducían al mismo tiempo sus inversiones. Lentamente, esas plantas tendían a convertirse en mastodontes antidiluvianos cuya presencia agobiaría durante décadas a la economía nacional” y donde “... las empresas que no pasaron a una dirección tecnocrática, quedando bajo control de la familia fundadora (en este caso, de la aristocracia británica) tendieron a perder su predominio fabril” e iniciando una constante de la gran industria local: ganancias exorbitantes y no pago de impuestos: otra vez encontramos su obsesión por ese capitalismo “ideal” coherente que integre gobiernos, técnicos y empresarios, y que si estos últimos se preocuparan por renovarse tecnológicamente y pagaran sus impuestos habría posibilidades de iniciar un proceso distributivo. El vuelco de la producción industrial (donde el ejército como rama del Estado, ante las “falencias” de los empresarios, jugó un rol central) a un ampliado mercado interno, debido a la política implementada en la primera época del peronismo de aumento de poder de compra de los trabajadores es visto por el autor como “ ...un círculo virtuoso que agotó su efecto cuando ya no se consiguió seguir importando máquinas e insumos para continuar el esquema”, iniciando una etapa de apuesta eufórica al capital extranjero donde se priorizaba la centralidad del poder patronal, más que el aumento de niveles de productividad. Además, la tendencia estratégica de las transnacionales de reinvertir una parte de las ganancias locales y girar el resto al exterior y darle escasa importancia a la mejora de la calidad tecnológica, profundizó esa lógica de la elite de apostar a grandes ganancias en el mercado mundial, y por ende, ser “flexible” en las inversiones, para poder pegar saltos entre diversas áreas productivas, e incluso no productivas, en un marco de creciente integración y creciente concentración oligopólica. El ingreso de las transnacionales provenientes de los Estados Unidos reemplazó del centro de la escena la tradicional dependencia de Gran Bretaña; esta nueva situación inquietó a la nueva elite, que comenzó a imaginar nuevas cías para retomar el impulso de las relaciones con Europa, como lo señalaba claramente mariano Grondona, uno de los intelectuales orgánicos del establishment: “...una Argentina señora de América latina seguirá necesitando más que nunca la presencia europea para compensar la influencia norteamericana”. Un par de años más tarde, el mismo Grondona sostenía que: “...Por mucho tiempo, la América Latina depen-derá para su desarrollo de las inversiones y los prestamos externos. La única manera como puede asegurar su independencia en medio de ese proceso es diversificando las fuentes de dependencia. Es la fuerza de los débiles; no estar ligados a un solo señor”. Luego del breve interregno de los setentas, con el apoyo al capital local y el fomento a nuevas empresas estatales se inicia un proceso caracterizado por la expansión del nuevo mercado financiero poco regulado, con excedente de liquidez y dispuesto a prestar dinero sobrante, profundizando por las políticas monetaristas – implementadas con mayor fuerza a partir de la última dictadura militar – que ignoran la producción al ser considerada como una rama secundaria de la economía; quebrando un sistema productivo – que no logró madurar – modificando profundamente la vida económica y social del país. La lógica financiera y la concentración económica aceleraron la transformación de numerosas fábricas en inversiones no productivas, remarcando que lo primordial sigue siendo el aumento de la tasa de ganancia (donde la fuga de capitales juega un rol importante en este sentido), en desmedro de cualquier intento de mejorar la calidad tecnológica del sistema productivo existente, acelerando un proceso creciente de desindustrialización. Las diversas políticas económicas comenzaron a ofrecer, además, opciones alternativas en negocios en torno al aparato del Estado a través de la llamada “privatización periférica” en época de la última dictadura, y posteriormente durante los gobiernos electos, esta tendencia se aceleró ante los procesos de reformas del Estado, en las cuales los concesionarios de los servicios públicos y de las empresas vendidas, ya no estaban obligados a proveerse en empresas fabriles locales, consolidando la apertura económica. Las consecuencias sociales de los trabajadores fabriles, ante la aplicación de estas políticas económicas son consideradas como el sometimiento a una doble represión: “la física y la generada por el cierre de establecimientos y la eliminación de empleos. La primera destruía a los líderes y activistas y provocaba el miedo. El largo período de expansión del número y mejora de la calidad técnica de los trabajadores llegó a su fin, con efectos que se extendieron a lo largo del tiempo”. Schvarzer plantea que las rebajas de los aranceles destrozaron implacablemente el antiguo sistema proteccionista, las tarifas bajas se combinaron con el nuevo valor del tipo de cambio para dar lugar a una avalancha de bienes importados afectó las posiciones de una amplia franja de empresarios, produciéndose un veloz cambio en un período breve; la pérdida del mercado local instaló el recurso de la importación, remarcando que la es-casez de producción limita las posibilidades de reparto, agravando la situación de los más pobres, la falta de dinamismo del sector productivo reduce las posibilidades reales de conseguir empleo industrial, orientando el panorama económico y social argentino en dirección con el resto de los países pobres de América Latina. En síntesis, la perspectiva neo-keynesiana de Schvarzer, se vislumbra a lo largo de la obra, marcando que “...la elite no reconoce ni acepta que la caída de los precios relativos de las materias primas en el mercado mundial ha terminado para siempre con ese modelo. En cambio, quienes la integran ofrecen la coherencia de no haber cedido sus posiciones; pasaron de la ortodoxia clásica a la neoortodoxa sin haber aterrizado nunca en modelos como el keynesiano (que ven como falso e intrínsecamente perverso). Diversos representantes y entidades de la elite repiten ese discurso, que puede encontrarse en los periódicos y fortifica cada vez que comienza a subir los precios de los bienes agrarios en el mercado mundial”, vitalizando una actitud negativa ante la industria local; cuestionando las “insuficiencias ideológicas” de nuestras clases dominantes para que se desarrolle un sistema capitalista racional de carácter industrial.

1 comentario:

flor huiscaleo dijo...

jorge Schvarzer hace un análisis de la historia político y social de la industria argentina, centralizándose en las características de su lógica económica.

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