jueves, 26 de marzo de 2009

El Este Europeo en la lona

Los nuevos socios de la UE, antiguos satélites de la extinta URSS, que lograron la adhesión comunitaria en 2004 y 2007 fruto de decisiones adoptadas a comienzos de los años 90, están atravesando dificultades políticas y económicas de enorme magnitud. Ayer, la Comisión Europea anunció la concesión de un crédito de 5.000 millones a Rumania, los cuales, junto con otros 13.000 procedentes del FMI, cuyas reservas han sido reforzadas también por la Unión la semana pasada mediante una decisión de su Consejo Europeo, más 1.000 del Banco Mundial y otros tantos del Berd, eran buscados por las autoridades de Bucarest para restaurar la liquidez del país, a punto de entrar en bancarrota. Que un socio de la UE suspenda pagos no forma parte del imaginario del club. Por eso, a Bucarest le han llenado el bolsillo, aunque con condiciones. Antes que Rumania fueron Hungría y Letonia. El primero obtuvo 6.500 millones del fondo de la Unión para apoyos a las balanzas de pagos de países que no son miembros del euro y el segundo 3.100. Sarkozy le calló la boca al primer ministro húngaro, Ferenc Gyurcsany, con ese préstamo en una reciente cumbre. Cuando uno está bajo perfusión financiera externa no puede levantar la voz igual que los que no lo están. Pero Gyurcsany no será nuevamente interlocutor de Sarkozy en una cumbre europea próxima. Dimitió hace tres días, incapaz de corregir la desastrosa situación económica de su país. Lo mismo que el actual presidente de la UE, el primer ministro checo, Mirek Topolanek, víctima el martes de una moción de censura en su Parlamento, que ha mandado a la coalición gobernante a la oposición. Ayer, ante el Parlamento Europeo, Topolanek intentaba calmar a las instituciones europeas, asegurando que los quehaceres de la presidencia comunitaria, que hasta el 30 de junio conciernen a Praga, no se verán afectados por la situación interna checa. No le creyeron. La crisis del Este no era inimaginable, pero parecía imposible en una economía dopada por crecimientos prodigiosos de burbujas cuya existencia los responsables del sistema negaban. La mayor parte de los nuevos socios de la UE fundamentaron su crecimiento económico en una mano de obra cualificada y barata, que producía bienes de consumo, como automóviles, para consumidores europeos occidentales que ahora no compran porque están asustados o en paro. Pero, además, se trata de economías pequeñas en volumen. El dinero que necesitan equivale casi a sus reservas de divisas. En casos, las rebasan. Y los bancos de lo que antes se denominaba la Europa occidental, es decir, la Europa rica, tienen asumidos grandes riesgos en el Este. La banca austriaca, por ejemplo, está expuesta a la economía de los nuevos socios, y de otros países de la zona, a nivel de un 70% del Producto Interior Bruto (PIB) austriaco. El riesgo bancario occidental equivale al 49% del PIB de Polonia, el 55% del de Rumania, el 70% de Eslovenia, el 85% de la República Checa o el 88% de Hungría. En Letonia, Croacia y Estonia, ese riesgo bancario rebasa ampliamente el PIB de esos países. Estados Unidos, las inyecciones de la Fed en el sistema financiero interior han servido, entre otras cosas, para honrar compromisos asumidos con grandes bancos europeos. Otro tanto, sin duda, va a pasar con el dinero que está yendo a parar a Rumania, Hungría o Letonia, y con los que negociarán después con el Ecofin y con la Comisión. Polonia está con el agua al cuello, como los demás bálticos. Serbia, se supo ayer, negocia 3.000 millones. Europa presta para que se le devuelva lo que se le debe, y si no es así, no habrá más. Volver a encadenar una secuencia virtuosa de generación de riqueza y crecimiento económico como la que se ha vivido estos últimos quince años es difícil, pero más sobrevivir a flote en medio de una crisis como la actual. Los socios del euro, que han sacrificado crecimiento estos últimos años (España, por ejemplo), porque otras economías menos alegres, como la alemana o la francesa, no querían ir tan rápido, están relativamente protegidos ahora por una moneda sólida y, sobre todo, por un entorno económico más o menos homogéneo. Pero las divisas flotantes de Rumania, la República Checa, Bulgaria, Polonia o Hungría han conocido una depreciación muy importante. De poco les está sirviendo su mejora relativa de competitividad, porque nadie les compra. Letonia, Estonia y Lituania, cuyas divisas están en cambio fijo con el euro, lo tienen aún peor: sufren una parte del rigor de la Unión Monetaria, sin lucrarse de sus beneficios.

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