Soberanía nacional y globalización, dicen algunos economistas, son dos conceptos enfrentados que no pueden coexistir en armonía. La soberanía nacional impone serias limitaciones a la globalización; y la globalización atenta contra la soberanía nacional. Un estado-nación es una entidad territorial y jurisdiccional con poderes independientes para dictar y hacer cumplir la ley. La globalización económica – que en realidad significa integración económica internacional – busca crear un mundo en el cual los mercados para bienes, servicios y factores de producción estén perfectamente integrados. Esta polémica que parecía saldada al final de la década pasada, cuando las fuerzas globalizadoras terminaron de ocupar el escenario del debate, resurge ahora de la mano de la crisis financiera y económica más importante en un siglo. Detrás de todo alegato a favor del libre comercio, resurgen los viejos hábitos proteccionistas. Con lógica de hierro, además. Si debo inyectar dinero de los contribuyentes para reanimar esta economía, quiero que ese dinero –que deberán devolver las generaciones futuras- se use en reactivar la demanda interna y no en comprar productos elaborados en otros países. Así es como funciona la lógica proteccionista y hasta ahora parece que es la que está ganando. Los globalizadores defienden la causa del libre mercado, la apertura económica, la privatización y la desregulación. Los antiglobalizadores, por su parte, advierten que un país no puede crecer si su gobierno no da algún tipo de protección a la industria nacional. Son, por tanto, proteccionistas.
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