sábado, 17 de enero de 2009
La hora señalada
Los yanquis no tienen la autoridad moral para poder seguir dándose el lujo agradable de sermonear a otros acerca de la importancia de manejar siempre la economía con prudencia, "no hay almuerzos gratuitos" les advertían a sus súbditos, a sus victimas, es decir, a nosotros, y con ello querían significar que tarde o temprano es necesario pagar por los errores cometidos. Y eso es lo que efectivamente tendrán que hacer ahora ellos: pagar caro sus errores. Puede que las medidas "keynesianas" con las que el gobierno saliente de Bush y las aún más ambiciosas que han sido propuestas por el entrante Obama sean las indicadas, pero las sumas barajadas son tan colosales que si bien podrían ayudar a asegurar que la recesión sea relativamente breve, en los años siguientes tanto Estados Unidos como la Unión Europea tendrán que resignarse a décadas de crecimiento muy lento, o peor aun, a un período prolongado signado por el estancamiento combinado con una alta tasa de inflación o, peor aun, por un proceso deflacionario similar al experimentado por el Japón en los años noventa. Mientras que por el otro lado, los países emergentes, con China a la cabeza (¡Oh! un país comunista! ¡que horror!) continuarán creciendo, quizás aceleradamente, quizás de forma imparable. Y mientras en el primer mundo muchas empresas caerán en bancarrota, en el primer mundo la tasa de desocupación aumentará cada vez más y el consumo se mantendrá en niveles sumamente bajos, impulsando así una espiral viciosa de la que les será muy difícil salir. Yanquilandia necesitará paquetes de estímulo todavía mucho mayores a los ya anunciados que han alcanzado la friolera de casi 800.000 millones de dólares, pero la deuda resultante será tan enorme, tan gigantesca, tan monstruosa que tendrían que transcurrir muchas décadas antes de que Estados Unidos pueda sanear sus cuentas. Como en las películas del oeste, al final los malos reciben su merecido. Aunque la crisis internacional comenzó con el estallido de la burbuja inmobiliaria norteamericana que fue creada juntamente por financistas deseosos de aprovechar oportunidades para ganar más dinero y políticos que querían asegurar que hasta los menos capaces de devolver préstamos pudieran comprar viviendas caras, es en el fondo la consecuencia de una serie de desequilibrios estructurales. En los años últimos, los norteamericanos dejaron de ahorrar porque el crédito era abundante e imaginaban que por tener una vivienda, hipotecada o no, disfrutaban de un patrimonio envidiable. Mientras tanto, al igual que los países de Europa y el Japón, la población norteamericana envejecía al caer la tasa de natalidad, con el resultado de que ha crecido la proporción de personas que dependen de jubilaciones y necesitan tratamientos médicos muy caros y se ha reducido la de quienes siguen en actividad. Y para colmo, hay señales de que a causa del deterioro del sistema educativo a los países actualmente ricos, entre ellos Estados Unidos, les será más difícil mantener su ventaja competitiva frente a China y la India. Por lo tanto, además de hacer frente al problema planteado por una crisis económica amenazadora, el próximo gobierno norteamericano tendrá que pensar en las consecuencias a mediano y a largo plazo de lo que se ha propuesto hacer. Por fuerte que sea la tentación de concentrarse sólo en lo inmediato, a menos que consiga revertir las tendencias negativas supuestas por el endeudamiento generalizado, la evolución demográfica y las deficiencias educativas, los perjuicios ocasionados al "país rector" por haber vivido durante tanto tiempo por encima de sus medios reales incidirán profundamente en el orden geopolítico mundial.
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