domingo, 9 de noviembre de 2008

La vida económica necesita de buenos Estados

En medio de una crisis internacional de mercados cuya envergadura y profundidad han provocado más de una comparación de la coyuntura actual con la de los aciagos años 30 del siglo pasado, la soberana bofetada con la que el pueblo norteamericano ha decidido despedir al presidente George Walker Bush parece haber marcado el fin de un fallido período económico, cuyos comienzos pueden ubicarse en momentos de la asunción en Inglaterra del gobierno de la señora Margaret Thatcher. Cabe recordar que las tres décadas que duró este período que parece terminar fueron precedidas por otra gran crisis, durante la cual lo que se puso en jaque fue el avance del Estado providencia en los asuntos económicos durante las décadas posteriores a la Segunda (y devastadora) Guerra Mundial, que siguió a la enorme crisis del 30. El avance del Estado fue señalado como la causa de todos los males que la economía del mundo exhibía desde la segunda mitad de los años 70. Esto se traduce en inflación, transformada luego en estanflación; es decir, inflación y recesión. En consecuencia, durante las últimas décadas del siglo pasado el mundo económico asistió a un intento de restauración de la economía clásica vigente a principios del siglo XX, durante el cual el Estado tenía prácticamente como única función económica la de servir de guardián efectivo del buen funcionamiento de los mercados. Esta ilusión de construir una economía globalizada regulada totalmente por el funcionamiento sin trabas de mercados eficientes volvió a estamparse con la realidad durante la actual crisis. Las enseñanzas para el futuro inmediato son claras: los mercados no son perfectos sino que fallan, de manera a veces ostensible, como lo muestra la triste historia de los mercados financieros fantasmas que aparecieron en el mundo desarrollado en los últimos años y que desencadenaron esta crisis. La vida económica moderna necesita Estados capaces de salir al cruce de esta fallas de mercado. Pero como el Estado, al igual que los mercados, tampoco es perfecto y también falla, como lo muestra de manera patética la historia de la economía argentina durante el siglo XX, necesitamos también de organizaciones públicas eficaces, altamente organizadas, a cargo de burocratas calificados y rigurosamente seleccionados por concursos oposiciones. El Estado, los mercados y la sociedad civil se deben conjugar de manera complementaria.

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