domingo, 20 de julio de 2008

Cómo construir un Silicon Valley en Argentina

¿Cómo promover la aparición de un Silicon Valley en Argentina?. Entre los economistas que estudian el tema y los ejecutivos de las tecnológicas que lo viven, nadie discute que los clústeres de empresas dinámicas en torno a universidades consideradas del máximo nivel son de una importancia vital para el éxito económico. Cambridge, Oxford, Grenoble o Lund son zonas geográficas efervescentes en lo referente a descubrimientos científicos, innovación tecnológica y empleos. Pero no son grandes. Una sola institución de investigación de Estados Unidos, la Universidad de California-San Francisco, en el clúster de Silicon Valley, ha generado empresas que cotizan en Bolsa y que, en conjunto, acumulan un valor de mercado de 90.000 millones de dólares, tres veces el valor de todo el sector biotecnológico europeo. China ha concentrado recursos y deducciones fiscales en dos o tres megacentros neurálgicos para el desarrollo tecnológico. Ya sea por las reglas del mercado o por la acción de los gobiernos, estos clústeres son grandes, audaces y concentrados. En Europa, en cambio, esta cuestión se aborda de forma reducida, tímida y difusa. La UE cuenta con unos 2.000 clústeres, desde el de la industria aeroespacial en Poitou-Charentes (Francia), con 1.932 empleados, al de las tecnologías de la información de la Lombardía, situado en el área de Milán, con 66.582 trabajadores. Aplica 70 políticas de clústeres nacionales diferentes (entre 27 Estados miembros), además de cientos de programas regionales, todos ellos trabajando para intereses cruzados. En Francia, el Gobierno declaró hace tres años que iba a concentrar su apoyo en polos de competitividad (pôles de compétitivité) y en aquel momento designó por lo menos 66. La Argentina, para crear clusteres, debe seguir los principios siguientes. Los clústeres no se pueden sembrar sobre terreno baldío, allí donde a un político le parezca oportuno. Sólo se pueden cultivar en lugares que ya están creciendo y podrían florecer. No se debe dispersar el dinero. Hay que escoger sólo algunas de las regiones y sectores más prometedores a la hora de prestarles apoyo. Hay que promover la abierta competencia entre universidades, empresas y regiones en la consecución de financiación. Hay que acabar con todo apoyo que no impulse a un clúster a un nivel de competitividad que le sitúe entre los mejores del mundo. Éstos son los principios generales. Hay que invertir en transporte, escuelas y servicios culturales que atraigan a los mejores trabajadores del conocimiento del mundo (lo que revertiría la "fuga de cerebros") y apoyar a los profesores de las universidades, los proyectos de I+D y la creación de empresas (spin-outs) nacidas de la investigación. Deben haber incentivos fiscales para las empresas de nueva creación; China es un modelo, pues ofrece la exención del pago de impuestos durante los tres primeros años de actividad y una deducción del 50% en los mismos en los tres años siguientes. El sector privado debe participar activamente, como lo hace en todos estos centros del mundo. Los mercados de capital norteamericanos están canalizando enormes sumas de dinero hacia los centros tecnológicos de su país. En Corea del Sur, la inversión selectiva de 11.000 millones de dólares de fondos estatales en la Zona Económica de Incheon ha atraído 49.000 millones de dólares en inversión extranjera desde abril de 2008.

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