domingo, 27 de enero de 2008

Lino Barañao, Japon, Brasil y los argentinos

Barañao trabajó, desde 2003, como presidente de la Agencia de Promoción Científica y Tecnológica. Se ganó ese puesto porque como químico y biólogo molecular del Instituto de Biología y Medicina Experimental, participó de una aventura innovadora en la que pocos creían: lograr una vaca clonada y transgénica que produjera en su leche hormonas de crecimiento humanas que combaten enfermedades. Un tradicional laboratorio farmacéutico argentino (Sidus), transformado luego en una de las doce empresas más avanzadas del mundo en biotecnología (Bio Sidus) le propuso el desafío. Tras un innovador trabajo científico-empresario, en 2002 se anunció que la Argentina era uno de los pocos países del mundo que había logrado la hazaña, de alto impacto económico: el consumo anual de hormonas de crecimiento en el país ronda los 10/12 millones de dólares y en el mundo los 2000 millones. Hoy se producen en un gran fermentador que logra cantidades muy pequeñas por mes de esa proteína. La vaca clonada Pampa puede producir 3 kilos mensuales. Con el 10% de su leche, cubriría la demanda argentina, y con 20 vacas, la de… todo el mundo. Cuando se apruebe su uso humano, Bio Sidus podría ser el primer fabricante mundial de hormonas de crecimiento, con una ventaja: nuestras vacas se alimentan de pasto, sin suplementos de origen animal que pueden causar situaciones como el “mal de la vaca loca”, por lo que las hormonas de Pampa y su descendencia serán muy valiosas. Barañao sabe que esta experiencia, multiplicada, es el camino que recorrieron los países avanzados. Japón, entre las dos guerras mundiales, tenía una economía débil comparada con otras naciones industriales, y con pocos recursos naturales. Derrotado tras el bombardeo nuclear a Hiroshima y Nagasaki, vivió una enorme crisis. La decisión de desarrollar conocimiento y tecnologías le permitieron transformar su economía primaria con un ingreso per cápita de 500 dólares, en una economía avanzada que elevó este ingreso a 30.000 dólares. La Argentina, en 1945, exportaba más que Japón y, a juicio del destacado economista Paul Samuelson, era la promesa del mundo para ocupar un puesto relevante. No tuvo en cuenta que a los argentinos no les importaba la ciencia. Brasil desde 1980 tenía tasas de crecimiento casi nulas. Durante 20 años (1980-2000) sus exportaciones fueron bajas. Desde el Ministerio de Ciencia y Técnica, creado mucho antes que el nuestro, el presidente Cardoso, impulsó, en 1999, una reforma de la política científica que hasta entonces actuaba de espaldas a la economía. Con veinte leyes de “urgencia constitucional” creó los fondos sectoriales para financiar los centros del conocimiento de las grandes empresas públicas de servicios que se estaban privatizando. La reforma tomó en cuenta que las empresas estatales de petróleo y gas, de energía eléctrica y de telecomunicaciones habían alcanzado desarrollos tecnológicos que se debían proteger y ampliar, pues con la privatización se corría el riesgo de perderlos. El debate incluyó la comprensión del carácter estratégico de poseer tales tecnologías. Cardoso hizo que las empresas transnacionales incrementaran sus inversiones en investigación y desarrollo (I+D), con porcentajes de sus ganancias volcadas a esos centros científico-tecnológicos que no se privatizaron. En pocos años se vieron los resultados. Del centro de investigación y desarrollo de Petrobras, surgieron las tecnologías off-shore que recientemente permitieron descubrir petróleo en la plataforma submarina de Tupi, que aumentará las reservas de Brasil un 50%; o el desarrollo de combustibles renovables (etanol y biodiésel) que redujo las importaciones de petróleo y logró el autoabastecimiento. La Argentina, en cambio, vendió YPF con su Centro de Investigación y Desarrollo en Florencio Varela con 520 científicos y técnicos, que se desmanteló; mermó la exploración, se incrementaron las importaciones y, en muchos casos, dependemos tecnológicamente de Repsol España. Samuelson tampoco tuvo en cuenta que a los argentinos no les importan sus recursos naturales ni sus empresas estatales.

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