La inversión extranjera y el crédito internacional sólo son útiles cuando forman parte de políticas internas de transformación determinadas para incorporar la ciencia y la tecnología en los acervos nacionales de conocimientos, afianzar el protagonismo de las empresas nacionales y promover la educación. Esta es la experiencia contemporánea de los países más exitosos de Asia, como Corea, Taiwán, Malasia y, también, la de los dos gigantes del Pacífico, India y China. Estos países recibieron y reciben importantes inversiones extranjeras pero más del 90% de la inversión productiva se financia con ahorro interno que alcanza proporciones del 30% del producto bruto interno (PBI), las empresas nacionales son actores decisivos del desarrollo y, en tales condiciones, las filiales de empresas extranjeras se integran al proceso interno de transformación y proyección de esos países a los mercados internacionales. De este modo, la inversión extranjera contribuye a la elevada tasa de crecimiento de la producción y el empleo en esos países, la mejora de las condiciones sociales y el fortalecimiento de su posición competitiva en los mercados internacionales. La experiencia de América Latina y la de Argentina en particular, es muy distinta. En nuestro país, en la década del ’90 y hasta la crisis 2001/02, ingresaron 80 mil millones de dólares de inversión privada directa extranjera, cuyo stock en proporción del PBI aumentó del 6% a más del 30%. Sobre estas bases se produjo el más extraordinario proceso de extranjerización de una economía nacional en el mundo contemporáneo. En efecto, en las ventas de las 500 mayores empresas del país, más del 80% corresponde a filiales de empresas extranjeras, las mismas que ocupan posiciones dominantes en la infraestructura, el petróleo, la minería, los servicios y diversas ramas industriales. La venta masiva de activos públicos y privados nacionales y la incorporación indiscriminada de inversiones extranjeras, en el marco de políticas que debilitaron la competitividad de la industria y las empresas nacionales, en particular, la sobrevaluación del peso, provocó una combinación perversa de extranjerización con caída de la tasa inversión/PBI, estancamiento económico, fractura del mercado de trabajo, aumento de la pobreza y la exclusión, caída de los salarios reales y mayor desigualdad. Durante el prolongado período de la hegemonía neoliberal, la política argentina se fundó en el principio que la inversión extranjera es útil y beneficiosa en cualquier caso. La experiencia de nuestro país y la de otros revela que esto no es cierto. La misma solo puede cumplir un papel positivo en el marco de políticas de desarrollo nacional de la industria, la educación y el fortalecimiento del sistema nacional de ciencia y tecnología asociándolo a la producción interna de bienes y servicios.
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