El teorema de la “Mano Invisible” postula que la suma de los comportamientos egoístas de las personas redunda en un beneficio y bienestar general. Pero para que esto sea cierto, decía Nash, se requiere un mínimo de cooperación entre los agentes económicos. Si uno estudia los desarrollos en el campo de la economía que inauguraron las ideas de Nash, denominado Teoría de los Juegos, llega a la conclusión de que la persecución del interés propio en un marco de cooperación, produce resultados superiores para todos los participantes. Autores como Masahiko Aoki han llegado hasta a explicar el éxito en el funcionamiento de algunas economías (como la japonesa entre 1950 y 1990), como el resultado de un sistema donde los individuos y las empresas actúan dentro de un “juego de cooperación”. ¿Cuál es el motor y el combustible del capitalismo?. La respuesta tradicional es: el dinero (en sí mismo) o el afán de conseguirlo. Sin embargo, el motor del capitalismo es la confianza. La confianza y el conocimiento entre los actores de un sector económico recibe el nombre de capital social. Es ese capital social el que explica el éxito y la productividad de las áreas mas dinámicas de la economía. ¿Cuál es el encanto del Silicon Valley?. Probablemente el mejor ejemplo de capital social y de su incidencia en la economía y la productividad, está en los EEUU. Con algo de desazón pero con mucho de realismo, Jorma Olilla, el CEO de la empresa finlandesa de telecomunicaciones Nokia, dijo: “cuando un emprendedor de California abre la puerta de su garage, tiene enfrente la mayor economía del mundo. Cuando un emprendedor finlandés abre la puerta del suyo, tiene un metro de nieve”. Sin embargo, no es sólo la cercanía del mayor mercado consumidor del mundo lo que transforma a los emprendedores del Silicon Valley en privilegiados, sino también (y especialmente) algo mucho menos tangible aunque no menos real: el Capital Social. La realidad es que cuando un emprendedor californiano abre su garage encuentra algo más que una gran economía nacional. Encuentra gente dispuesta e interesada en asesorarlo sobre cómo se organiza legalmente una empresa, cómo y quién puede llevar su información contable y financiera, cómo y quién puede registrar su patente o marca, cómo se desarrolla un canal comercial, cómo se selecciona y contrata personal y cómo se trata con un banco. Finalmente, y tan importante cómo lo anterior, esas personas le darán ese apoyo y le presentarán a sus mejores relaciones comerciales, siempre que acepte el ofrecimiento de dinero para desarrollar el proyecto, a cambio de una participación en la empresa. A pesar de que quienes hacen esos ofrecimientos son llamados en la jerga “ángeles inversores”, no hay nada de sobrenatural en ellos. Ni tan siquiera de filantrópico o altruista. Esas personas representan el primer eslabón de la cadena del capital de riesgo y persiguen su interés (el beneficio derivado de sus inversiones en nuevas empresas de rápido crecimiento), dentro de un marco donde abundan las conexiones y los beneficios tanto para los emprendedores como para la economía local. Esa industria del capital de riesgo representa el núcleo del valioso capital social del Silicon Valley. Si esta es la razón que, individualmente, más explica el éxito económico de una de las regiones más ricas del planeta, ¿qué hay en ella que pueda ser emulado en otras regiones, rezagadas en materia de desarrollo?. En la sociedad argentina existe una profunda inhabilidad para poner a disposición de los emprendedores ese pool social de recursos. Hay una falta total de interacción, de confianza, de conocimiento entre distintos actores económicos. En suma, hay falta de capital social. Universidades que no interactúan con las empresas, emprendedores que no acceden a los potenciales inversores, inversores que no obtienen y analizan propuestas de inversión razonables. En Argentina los capitalistas son devotos de Smith pero no de Nash. Argentina necesita construir una sociedad de miembros dispuestos a perseguir el interés particular pero dentro de un juego de cooperación y confianza. Cuando nuestros emprendedores abren las puertas de sus garages muy pocos de ellos encuentran un metro de nieve. Ciertamente ninguno de ellos encontrará la mayor economía del mundo. Pero podrían encontrar un tejido social y económico denso e interconectado, dispuesto a apoyar, comprender y nutrir sus esfuerzos, sin embargo no encuentran nada de esto. Al abrir las puertas de sus garages los emprendedores argentinos solo encuentran indiferencia, desconfianza y desprecio.
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