domingo, 6 de agosto de 2006

Todos contra Argentina

El FMI y el Banco Mundial nacidos de los acuerdos de Bretton Woods hace más de seis décadas tambalean. Prácticamente desde la crisis financiera de Asia de 1997, el FMI no ha logrado volver a colocar sus prestamos a países desesperados. Tailandia, Filipinas, China e India han tomado prudente distancia de la “ayuda” del Fondo, advertidos de las desastrosas consecuencias de los programas de asistencia y recomendaciones formuladas a lo largo de la década pasada. Antes del último fin de año, Brasil y Argentina anunciaron la cancelación total de sus deudas con el organismo. Todo ello quedó reflejado en la pérdida de ingresos por los intereses de los préstamos. En materia de ingresos, al Banco Mundial no le va mucho mejor. Las entradas por cargos, intereses y cuotas, que sumaban 8000 millones de dólares en 2001, cayeron a 4000 millones en 2004. ¿Por qué? Porque cada vez más, los países en desarrollo recurren a otras fuentes de crédito. Pero el FMI al ver disminuida su relevancia como prestamista planea convertirse en una suerte de guardián mundial de la economía global, capaz de someter a los países a adoptar políticas en función, obviamente, del criterio de los países centrales. A los que no sigan los consejos, castigo. El FMI es responsable de promover las crisis financieras en los países en desarrollo con las políticas que impuso. A esto se suma que el FMI negó lo ocurrido una vez que las crisis habían estallado, insistiendo en las mismas recomendaciones. Hace pocos días, el BID estuvo a punto negarle a la Argentina un crédito de 580 millones de dólares para obras de infraestructura por oposición de los países que integran el G-7. El BID aparece hoy como una de las pocas fuentes multilaterales de fondos para la Argentina, aunque allí sólo puede obtenerse fondos después sortear las objeciones del G-7. En sintonía con la posición del G-7 y del FMI, Wall Street desalienta a los potenciales inversores porque existirían riesgos que pueden complicar y desacelerar la expansión que vive la Argentina durante 2007. Estos analistas sugieren restringir el envío de capitales al país a pesar de que el crecimiento económico resulta más elevado de lo que esperaban. Entonces, esos mismos analistas dicen que la gran sombra que se cierne sobre el horizonte económico de la Argentina es el de la falta de inversión externa. Son unos verdaderos h de p. Estos miserables sueñan con que le produzca una nueva crisis en la Argentina como la del 2001-2. El gobierno de aquel entonces, al principio siguió las recomendaciones de quienes aconsejaban apostar a los mercados (por ejemplo, el FMI), y tras el intento fracasado de fijar el tipo de cambio a $ 1,40. optó por la flotación. El tipo de cambio se disparó hasta $ 4, y las predicciones apocalípticas lo pronosticaron hasta $ 10. Se construía así la opinión de que la Argentina no merecía una moneda propia, y que debía entregar su conducción económica a una suerte de colegiado de sabios de otras tierras. Pero luego pasó algo de lo que deberíamos aprender. En el segundo trimestre de 2002, se instauró el control de cambios. El Banco Central pudo atajar la corrida cambiaria, sacrificando para ello el 30 por ciento de las reservas. Y a partir de allí, el Gobierno mostró que la salida de la crisis requería que controlara la situación. Así, se plantó duramente ante los organismos financieros internacionales, bloqueó las pretensiones tarifarias de las empresas públicas y encaró la quita de una parte sustancial de la deuda externa. Estos es algo que jamás perdonaran ni el FMI, ni el BM, ni Wall Street, ni los liberales locales que trabajan para ellos. Por eso su discurso será siempre profetizar desastres para nuestro país y recomendar que nadie invierta aquí. ¡Que mal rayo los parta!.

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