domingo, 13 de agosto de 2006

Relaciones entre ciencia y tecnología

En general, se tiende a dar valor a la ciencia sobre todo por su capacidad para resolver problemas; sin embargo a la tecnología se la considera inferior a pesar de cumplir la misma función. Por ejemplo, la técnica ha sido marginada por la filosofía en beneficio de la ciencia pura, si nos atenemos a la distinción artificial que hizo la filosofía positivista de la ciencia moderna en pura y aplicada. Este menor interés filosófico por la técnica se debe al dogma cultural que sobrevalora el conocimiento teórico frente al saber ligado a las capacidades operativas propias de la técnica. Platón estableció una distinción a favor del conocimiento teórico abstracto frente a la actividad manual basada en la práctica. Para Aristóteles, su discípulo predilecto, el conocimiento científico era deseable por sí mismo, mientras que la técnica era sólo un medio para satisfacer las necesidades humanas. Desde entonces, el dogma teoricista siempre ha estado presente en la civilización occidental. A finales del siglo XIX, coincidiendo con la institucionalización profesional de la actividad científica, la ciencia moderna occidental se apropió de la tecnología, la subordinó a lo abstracto y la exhibió como muestra del éxito de la aplicación de los conocimientos científicos teóricos; esto es, como el resultado tangible de un conocimiento de orden superior. Se estableció así un modelo de dependencia jerárquica de la tecnología respecto a la ciencia pura; un modelo que permitía justificar las crecientes demandas de los científicos académicos a la sociedad de más fondos y recursos para poder llevar a cabo sus investigaciones. En suma, la tensión entre el conocimiento teórico (ciencia) y el “saber hacer” ligado a la práctica (técnica) ha sido permanente a lo largo del tiempo, aunque decantándose casi siempre a favor del primero debido al mayor status cultural concedido a la ciencia en los ambientes académicos. Este desprecio hacia la tecnología ha ocultado las profundas relaciones que existen entre la tecnología y la ciencia como las interacciones entre la elaboración de las teorías científicas y los conocimientos producidos por las tecnologías. Una mirada al pasado permite comprobar que los científicos se han relacionado en mayor o menor medida con el estado, el ejército, los empresarios y comerciantes en todas las épocas. Desde sus orígenes la ciencia moderna tuvo el sentido de lo útil y gran interés por los asuntos tecnológicos, una vocación que se ha ido incrementado sin cesar desde la segunda mitad del siglo XIX. En la antigua Grecia clásica la mayoría de los filósofos de la naturaleza se ocupaban de una ciencia teórica sin una técnica empírica–Arquímedes fue una brillante excepción–; ambas eran, pues, independientes. La mayor parte de las novedades tecnológicas derivan evolutivamente de inventos anteriores. Para ilustrar este modelo suele recurrirse a casos históricos como la primera revolución industrial que se produjo en Inglaterra a finales del siglo XVIII y cristalizó en las primeras décadas del XIX (minería, máquinas térmicas de Newcomen y Watt, telares mecánicos, metalurgia…), el rápido desarrollo industrial de EE.UU. durante el XIX y el de Japón en el XX. Ninguno se vio precedido por un incremento notable de la investigación científica en los campos afectados. Tampoco la tecnología militar dependió de la ciencia hasta finales del siglo XIX. Incluso durante 1966, más del 90% de la investigación sobre los sistemas de armamento realizada en EE.UU. no fue representativa de un desarrollo tecnológico basado en la ciencia. Sin embargo, como contrapartida, pueden señalarse otros ejemplos de signo contrario, como el de Alemania en el XIX (desarrollo industrial derivado del electromagnetismo, industria de los tintes basada en la química orgánica, motores de combustión interna como consecuencia de la termodinámica…) y EE.UU. en el XX, donde la relación entre la ciencia y la tecnología ha sido mucho más intensa. O sea, aunque la ciencia y la tecnología sean dos entidades independientes, las conexiones entre ambas han ido en rápido aumento desde el siglo XIX. Una muestra de ello fue la creación en Alemania, durante 1887, del Instituto Imperial de Física y Tecnología. No obstante, hay cierta tendencia a mostrar tal interacción con un exagerado sesgo favorable al sentido que va desde la ciencia a la tecnología en detrimento del opuesto. Para ello, se recurre a diversos ejemplos de innovaciones tecnológicas basadas en la ciencia. Son paradigmáticos los desarrollos de las industrias electromagnética y de los tintes durante el último tercio del XIX, el de la ingeniería nuclear con fines militares y civiles para la producción de energía eléctrica en el XX y las aplicaciones médicas e industriales de la biología molecular y la ingeniería genética (biotecnologías), que aún están en pleno desarrollo con grandes expectativas en el siglo XXI. Ahora bien, como contrapartida, tampoco debe olvidarse que la práctica científica está muy condicionada por la tecnología, así como que gran parte de la ciencia que se hace actualmente en todo el mundo responde sobre todo a prioridades tecnológicas civiles y militares. Es difícil encontrar hoy algún campo de conocimiento científico que no sea escrutado para determinar sus potenciales beneficios comerciales, por lo que todas las ciencias que aún no lo han hecho están en vía de dar lugar a sus correspondientes tecnologías. Durante el siglo XX la práctica tecnológica se ha hecho mucho más científica, no sólo por los numerosos conocimientos que le ha proporcionado la ciencia, sino por haber incorporado a su práctica metodologías científicas más sistemáticas de un modo consciente y extendido6. Pero, al mismo tiempo, la práctica científica también depende cada vez más de las aportaciones de la tecnología. Así mismo, la ciencia está cada vez más ligada a los intereses tecnológicos hasta el punto de que ha ido desplazando su modo de hacer y su organización desde los característicos de la ciencia académica hasta los más típicos de la ciencia realizada en los laboratorios industriales y gubernamentales. La afirmación de que la tecnología no es más que la aplicación de la ciencia equivale a proclamar que el desarrollo tecnológico depende jerárquicamente de la investigación científica; esto es, que el conocimiento práctico se subordina al teórico. Esta forma de entender la relación de la tecnología con la ciencia subyace en el modelo de investigación y desarrollo (I+D) que ha dominado las políticas públicas
de ciencia y tecnología durante gran parte del siglo XX. Esta tesis entra en serio conflicto con el hecho histórico de que la tecnología, como acción transformadora, es muchísimo más antigua que la ciencia. La habilidad técnica siempre representó una gran ventaja en la evolución humana, mientras que la capacidad para la ciencia tuvo menos importancia. La ciencia, como búsqueda sistemática de conocimiento, tuvo su origen en la Grecia Clásica, pero, tal y como se acepta comúnmente, es un fenómeno muy posterior, que puede datarse entre finales del XVI y comienzos del XVII. La tecnología, como técnica científicamente fundamentada, es aún más reciente; hasta la segunda mitad del XIX LA CIENCIA TUVO RELATIVAMENTE POCO IMPACTO SOBRE LA TECNOLOGÍA. Por tanto, la tecnología en su conjunto no puede ser dependiente de la existencia de la ciencia, que comparada con la primera es casi una recién llegada a la cultura humana. La tecnología contemporánea no debe interpretarse como una simple muestra de la aplicación de los descubrimientos realizados por los científicos. No debe olvidarse que la técnica precedió históricamente a la ciencia. Durante el siglo XIX, algunos oficios antiguos generaron ciencias basadas en la técnica; por ejemplo, buena parte del desarrollo de la termodinámica se debe a la reflexión teórica sobre las máquinas de vapor que habían construido los técnicos ingleses del XVIII y la química orgánica industrial se potenció en parte por los intereses de los fabricantes de tintes. De manera similar, en el siglo XX, muchos conocimientos metalúrgicos se incorporaron a la ciencia de los materiales, pudiendo encontrarse más ejemplos parecidos en agricultura y medicina. Hay casos en los que la ciencia y la tecnología se han desarrollado de modo concertado y otros en los que se han comportado de manera bastante independiente. Aunque la distinción entre la ciencia y la tecnología pueda ser mucho más difícil en el presente, aún es posible discernir entre ellas.

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