domingo, 27 de agosto de 2006

Proteccionismo yanqui

Hacia 1870 EEUU se volcó decididamente hacia el proteccionismo. Los territorios del Sur, exportadores de algodón, se declararon en pro del libre comercio, mientras los del Norte reclamaban aduanas proteccionistas para defender su incipiente industria contra la concurrencia inglesa. La guerra civil terminó con la victoria de los Estados del Norte; entonces los EEUU se rodearon de una muralla de elevadas tarifas con el fin de cubrir sus gastos de guerra; tarifas que continuaron en vigor, en beneficio de los interesados, aun después de haber cesado la causa financiera que las motivó. Por lo tanto, de la misma forma que la inmensa mayoría de los demás países avanzados, los EEUU fue un pais esencialmente proteccionista durante la mayor parte de su historia (un siglo y medio, por lo menos), coincidente con la prolongada fase en que defendían sus industrias nacientes, contra la competencia inglesa. En el auge de la Primera Revolución Industrial, cuando los británicos predicaban y practicaban el libre comercio, los americanos preferían seguir los consejos del primer secretario del Tesoro, Alexander Hamilton, autor de la obra pionera del proteccionismo industrial considerada la primer gran crítica de Adam Smith, el "Report on Manufactures" (1791). En ciertos momentos, el nivel de protección alcanzó las nubes como en ocasión de la "tarifa de abominación" (1828-1831), con una media de 52 % o la "tarifa de guerra", en la Guerra de Secesión (1861-1871), siendo entonces la media de 41 %. Incluso después de la guerra civil, la media tarifaria de los productos no excentos era aún de 46 % (tarifa Dingley, 1898-1909) y 51 % en la "infame" tarifa Hawley-Smoot, en la Gran Depresión (1930-1934). La historia tarifaria americana puede ser dividida en dos grandes fases. En la primera, la de la Independencia hasta 1934, el Congreso retuvo celosamente el poder de establecer la protección comercial, manteniéndola en una dimensión constantemente elevada. En la segunda, el Legislativo inició la práctica de delegar la autorización para negociar tarifas al Ejecutivo, que, desde entonces, a lo largo de nueve sucesivas etapas (1935 a 2000), fue reduciendo las barreras tarifarias hasta llegar a la situación actual, en el cual la media tarifaria sobre todas las importaciones es de cerca de 2% y la media sobre todos los productos no exentos es de 4%. A pesar de ser notable, esa reducción, común al conjunto de los países avanzados, debe ser corregida por dos indispensables calificaciones. La primera es que se trata de una media estadística. Esto es, la mayoría de las importaciones paga tarifa baja o ninguna, lo que no impide que algunos productos (no un o dos, sino algunas centenas) sean gravados por tasas considerablemente más onerosas que la media. Lo más grave es que, las tarifas pesadas se concentran justamente sobre los artículos exportados por los subdesarrollados, a veces por los más pobres entre ellos. La segunda calificación es que las tarifas están lejos de constituir un arma única o más temible del arsenal proteccionista. A medida que las tarifas sufrían reducción, fueron siendo sustituidas, incluso con ventaja, por las medidas de "protección comercial" (salvaguardas, anti-dumping, derechos compensatorios contra subsidios) y por barreras teóricamente destinadas a fines legítimos específicos pero que, en la práctica, se ven desviadas para propósitos proteccionistas (requisitos sanitarios y fitosanitarios para alimentos y productos agrícolas, barreras técnicas para manufacturas, exigencias ambientales, etc.). A mediados de los años 80', Finger, entonces economista del Banco Mundial, utilizó modelos matemáticos de investigadores del MIT para concluir que en aquel momento, cuando la media tarifaria americana era de 5,3%, el nivel efectivo de protección subía a más del 20% al ser convertidas en cifras las barreras de las cuotas de textiles y vestimenta, los derechos anti-dumping contra calzados y acero, las "restricciones voluntarias de exportación" entonces vigentes en materia de automóviles y acero. Para analizar el sistema comercial de un país se ha propuesto en lugar de fijarse apenas en la altura de la barrera aduanera, fijarse mas bien en un volumen con tres dimensiones. La primera, la altura, mide el grado de intervención estatal en el comercio, principalmente por medio de barreras a las importaciones (tarifas, cuotas, medidas no tarifarias, etc.). La segunda, en ancho, evalúa el nivel de discriminación aplicado a los diferentes socios de forma diferenciada. La tercera, la profundidad, depende de la amplitud de los temas incluidos en el sistema comercial en años recientes (servicios, propiedad intelectual, inversiones, competencia, medio ambiente, cuestiones laborales, tal vez uniformización de impuestos en el futuro). De ese modo, en vez de la dicotomía maniqueísta, proteccionismo versus libre comercio, es posible afirmar que los EE.UU. evolucionaron de un régimen comercial que era alto (tarifas y barreras elevadas), estrecho (todos eran tratados más o menos igual) y poco profundo (solo abarcaba el comercio de mercaderías) a un sistema que es bajo (tarifas pequeñas), ancho (proliferan los regímenes discriminatorios de acuerdo a la naturaleza de los socios) y profundo (cada vez más abarcativo).

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