martes, 22 de agosto de 2006

Ciencia y Demanda

Hace ya un siglo que se lucha en Argentina por imponer la vigencia de criterios científicos modernos en la universidad. Ciertos grupos de investigadores locales alcanzaron niveles de excelencia reconocidos internacionalmente como lo demuestran los premios Nobel otorgados, en 1947, a Bernardo A. Houssay (Medicina), y en 1970 a Luis F. Leloir (Química). En su mayoría, los científicos argentinos se han sentido integrantes de la ciencia mundial y han considerado que la producción de resultados científicos de validez universal era una necesaria contribución del país al progreso de la ciencia como valor universal, lo que constituía una suficiente justificación del gasto social involucrado. Sin embargo, en determinados momentos de nuestra historia, buena parte de nuestros científicos también ha manifestado una inclinación por ponerse más directamente al servicio del país de cuyos recursos se nutrían, a través de una mayor interacción con el sector productivo. ¿Pero como transferir el conocimiento científico al sector productivo?. Suele partirse de una hipótesis elemental que es la que postula una línea causal directa que fluye desde la investigación básica hasta la producción en una secuencia: 1. ciencia básica, 2. tecnología, 3. producción industrial. En este caso el desarrollo tecnológico sería empujado desde la oferta que hace la ciencia a través de sus descubrimientos. Otra visión simplista sobre la génesis de los productos tecnológicos es creer que éstos se generan como respuestas a demandas sociales o a necesidades de los consumidores. La demanda social queda aquí como causa primera. En muchos casos notorios, la demanda proviene del Estado, frecuentemente por necesidades militares o políticas. Los elevados costos del desarrollo tecnológico, en esos casos, son financiados por los presupuestos del gobierno. Este modelo basado en la demanda también posee ejemplos emblemáticos en la historia de la tecnología de las últimas décadas. Uno fue el proyecto Manhattan, para el desarrollo de la bomba atómica en los años 40, que se ejecutó sobre la base de una necesidad estratégica planteada por la guerra contra el nazismo. Otro ejemplo es el desarrollo de los microcircuitos electrónicos integrados, que son el corazón tecnológico de toda la industria electrónica, informática y de comunicaciones que hoy domina el panorama tecnológico mundial como la más dinámica de todas. Esta innovación tecnológica nació a la vida económicamente sustentable a través del multimillonario proyecto Apolo de poner a un estadounidense en la Luna en la década de 1960. Ambos casos ilustran la tesis de Jorge Sábato (tecnólogo argentino) de que una de las fuerzas impulsoras más eficaces del desarrollo tecnológico es el enorme poder de compra del Estado, indudablemente un fuerte generador de demanda. En los casos mencionados, el término demanda tiene un significado muy diferente al que le da la economía liberal. En ambos casos fue el estado quien cubrió los costos iniciales del desarrollo, que luego, una vez amortizados en gran parte, pudieron volcarse hacia las aplicaciones originales en empresas privadas. Esto ilustra la importancia de la capacidad de compra del Estado para superar la barrera económica inicial y asegurar la rentabilidad comercial de las investigaciones privadas en investigación y desarrollo. Esta capacidad de compra esta sustentada por leyes y es constantemente empleada por los países más desarrollados para proteger a sectores estratégicos de su capacidad tecnológica. Nótese la contradicción entre las actitudes y los siempre proclamados principios liberales que obligan a los países más débiles económicamente a abrir sus mercados a una competencia que es insostenible en las etapas de despegue de las industrias de alto valor agregado. ¿Cuál es, entonces, el camino hacia la innovación tecnológica que se puede seguir en un país como el nuestro? A pesar de todos los factores adversos, inclusive la gran dificultad de ingreso a los mercados internacionales de productos argentinos de alta tecnología, aún es posible detectar nichos de mercado en los cuales la producción argentina de alto valor agregado pueda tener alguna ventaja competitiva. La tecnología nuclear es una de ellas, especialmente en vista al insinuado resurgimiento del interés por la generación nucleoeléctrica en muchas partes del mundo junto con la destacada posición internacional ya adquirida. Con la construcción de varios satélites de complejidad mediana -en particular el altamente exitoso SAC-C que ha cumplido un año en el espacio-, la Argentina ha demostrado una presencia en un mercado de productos de alta tecmología. La Argentina ya ha comenzado a mostrar su presencia en el mercado internacional de satélites medianos y de componentes críticos desarrollados localmente. Un área de éxito posible es la que reside en varios aspectos de la biotecnología. Ya existen empresas privadas que están firmemente implantadas en el mercado internacional de productos biotecnológicos y de uso médico. Sería de esperar que el desarrollo de especies transgénicas también sea un campo promisorio, en un país cuya agricultura ya se ha volcado en ese sentido. El desarrollo de equipos de procesos avanzados, como sensores, fermentadores o sistemas avanzados de control para estas finalidades también puede ser un campo fértil para los ingenieros químicos. Por supuesto, las tareas de desarrollo en los diferentes campos de la informática son un vasto campo de desarrollo abierto. Es poco probable que en un futuro previsible logremos crear dispositivos novedosos o competitivos en las áreas más dinámicas de la microelectrónica o la optoelectrónica. Sin embargo, la existencia de grupos de desarrollo en tales áreas es seguramente necesaria para que nuestros tecnólogos estén al día sobre lo que tan rápidamente evoluciona en el mundo. Lo mismo sea probablemente cierto en otras áreas de la física, como la de los superconductores, tema en el cual disponemos de grupos de investigadores de nivel internacional. En muchos de estos temas, el ya mencionado empleo inteligente del poder de compra del estado aún podría ser aplicado en plenitud, lo cual, mediante la necesaria decisión política, se brindaría una ocasión preciosa para crear toda una industria que podría proyectarse luego con ventajas a otros países. Pero es necesario dejar de lado viejas concepciones teóricas y opciones políticas que, en el mundo de hoy, resultan inadecuadas. También se requiere que el estado vaya más allá de sus abstractas declaraciones en apoyo al sistema de ciencia y técnica.

Fuente
http://www.ifir.edu.ar/~divulgon/abril03/cys-abr03.html

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