domingo, 28 de mayo de 2006

Kirchner y la inflación

El control de precios es visto como la presencia misma del diablo en economía. Se dice que el control de precios nunca tuvo éxito. Pero no se menciona que Francia tuvo control de precios desde 1936 hasta 1986 y en esos 50 años creció en forma espectacular. El recientemente fallecido economista norteamericano Kenneth Galbraith fue el encargado del control de precios en EEUU, que lo aplicó en forma generalizada entre abril de 1942 y 1945 con asombroso éxito. La inflación fue mantenida en el 2% anual. La lucha de Krichner contra la suba de precios es una pelea que no respeta ninguna de las reglas de la economía ni de la experiencia internacional más exitosa y esta lucha heterodoxa parecería empezar a mostrar signos inequívocos de éxito. No se trata de pases de magia, ni de cuestiones que no se puedan explicar desde la estadística, pero el formato de presión insoportable sobre los sectores responsables de la producción, distribución y comercialización de los productos y servicios que más influyen en el índice general de precios puede rumbear hacia un 2006 con tasas de inflación del orden del 11 a 12 por ciento, una cifra mucho más que aceptable para la perspectiva que –apenas seis meses atrás– dibujaban economistas liberales. Además, si la economía confirma un horizonte de crecimiento anual que estaría en un piso del 8 por ciento, aquella tasa de inflación será no sólo mucho más que digerible, sino que se habrá roto la certeza de los analistas más críticos, que auguraban a fin del 2005 un crecimiento en pendiente, particularmente afectado por la performance proyectadamente negativa de indicadores como la inflación. Los acuerdos de precios, en otras palabras, parecen estar funcionando mucho mejor que lo esperado, tanto por el efecto de desarticulación en las expectativas inflacionarias y en la ruptura del fenómeno de “anticipo inflacionario” que siempre mencionó Felisa Miceli, como en su capacidad para demostrar que la relación de tirantez entre un poder político fuerte y sectores económicos con tendencia a la domesticación parcial no genera hecatombes económicas ni huidas masivas de capital. Kirchner entendió antes que nadie en su gobierno que la mera irrupción del fantasma de la inflación pondría en jaque a su gestión. Dedujo de eso que no habría otra preocupación central en su día a día, y enfocó ese tiempo a una estrategia generalmente criticada de control de precios vía acuerdos temporales y siempre forzados. Kirchner decidió enfrentar los problemas de escasez de oferta y explosión de la demanda mediante EL POCO ORTODOXO RECURSO DE VOLCAR SU INMENSO PODER POLÍTICO CONTRA LOS SECTORES PRODUCTIVOS, para bloquear una salida lógica dentro del capitalismo: los aumentos de precios son una consecuencia natural de la sobredemanda. A Gelbard no le funcionó el control de precios, o le funcionó apenas un año, por el descontrol fiscal de esos años, por la crisis del petróleo y por el atraso cambiario, pero Kirchner puede haber sentado las bases para una inflación manejable por varios años, con alto crecimiento de la economía manteniendo el superavit fiscal y escudándose en el alto precio de las materias primas. El “plan K” no explica su probable éxito solamente en los acuerdos de precios y en la dureza contra los sectores productivos: el crecimiento de la importación que muestra la estadística es una demostración que los excesos de demanda se están cubriendo con mercados externos, evitando en parte una estampida de precios. Respecto de las inversiones, aunque toda la teoría y la evidencia del comportamiento de las empresas extranjeras demuestra que los controles de precios ahuyentan la llegada de capitales productivos, el Gobierno puede contar como válido un factor que ya reflejan las estadísticas: para no perder participación de mercado, las empresas argentinas, que mejor conocen la idiosincrasia social y política, no han dejado de invertir, justificando en parte la subsistencia de una tasa relativamente aceptable.

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