jueves, 29 de diciembre de 2005

La política antiindustrial es historia

Ahora las pymes están de moda pero pasaron muchas décadas en las que se las menospreció, olvidó y castigó. Esa marginalidad constante fue producto de una política económica antiindustrial que se basaba en el supuesto de que este era país de “mieses y buena carne” en el que todo se podía importar. Con lo que exportábamos a través del agro el país no pasaría jamás por mayores necesidades. Si pasábamos necesidades era porque perturbábamos el agro con políticas industriales distorsivas. ¿Para qué tener producción propia, fábrica de automotores y autopartes, metalurgia, plásticos, vestimenta, tecnología moderna?. ¿Por qué tomarse el trabajo de fabricar lo que se puede importar con solo dejar tranquilo al agro?. Con las materias primas que enviábamos afuera viviríamos en el paraíso eterno. Pero aquel sueño terrateniente y estanciero se diluyó al concluir la Segunda Guerra Mundial y a lo largo de la década del cincuenta. Los precios internacionales no eran ya gratificantes: la Nación no podía sobrevivir sin una base productiva industrial. Pero había un problema, las industrias producían obreros, los obreros se hacían peronistas y los peronistas eran revoltosos. Había que acabar con todo eso definitivamente. Martínez de Hoz y sus seguidores echaron un manto de olvido al desarrollo del siglo XX. Porque entre 1890 y 1940 la Argentina se hizo a través de pequeños o medianos emprendimientos. Tallercitos en manos de gringos y criollos emprendedores que se transformaron en fábricas medianas y luego en grandes fábricas (Siam empezó con un tallercito). Fue el nacimiento de la metalurgia, de la industria textil, de las papeleras, de las químicas, de las alimenticias que convivieron con las inversiones extranjeras. Los liberales, en nombre del sacrosanto agro, procedieron meticulosamente al exterminio de la industria hasta destruirla por completo. ¿Y luego que pasó?. Lo mas lógico: vino la quiebra, el país se hundió, se fundió literalmente. Según la teoría liberal el agro al estar al fin libre de la pesada carga industrial, debería haber sido el momento de mostrar todo su poder soberano y sostener por si solo un país floreciente. No fue así y para salir adelante, hubo que volver a la sensatez y cambiar de política, hoy, después del escarmiento, en lugar de destruir a las pymes se las ayuda, se las exime de cargas impositivas y se las asesora en materia exportadora. Como los bancos erigen barreras que impiden llegar al préstamo han surgido las Sociedades de Garantía Recíproca (SGR). Hay veintidós funcionando en la Argentina que son las que ofrecen aval para determinados proyectos de las pymes y que les sirven para abrir las puertas de los bancos. Las SGR posibilitan obtener tasas competitivas porque se eliminaría lo que los financistas llaman “riesgo pyme”. Si la Pyme no devuelve los fondos la SGR lo hace. ¿Pero acaso las SGR son sociedades de beneficencia? ¿Dónde está el negocio? Cada sociedad de garantía tiene un “fondo de riesgo” que recibe los aportes de empresas privadas, de bancos que funcionan como “socios protectores de las SGR”. El beneficio para los socios protectores es que para figurar en una SGR se pueden deducir los recursos del impuesto a las ganancias. Por ahí se le ve la punta al ovillo. Si nos aferramos a las estadísticas, las pymes argentinas constituyen el sector que más inversiones viene realizando desde 2003 (en tanto las empresas grandes las escatiman). En estos días el 40 por ciento de las empresas exportadoras del país son pymes y desde 2002 los envíos crecieron un 34 por ciento. Las pymes han vendido entre 10.000 y 3 millones de dólares al extranjero, en promedio por empresa, durante los tres últimos años. Se estima que por cada millón de dólares exportado, las pymes y microempresas generan 42 puestos de trabajo, es decir 60 por ciento más de empleo que los 26 puestos que crean las empresas grandes. Se puede afirmar que nunca en la historia de este país se aplico esta política que ha tenido un resultado exitoso en todas las partes en que se aplicó, es la primera vez en la historia argentina en que la política tiene una dirección correcta y el país marcha aceleradamente hacia un destino de riqueza.

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