domingo, 6 de diciembre de 2015

Ortodoxos en su laberinto

Los creadores de símbolos neoliberales afirman que los economistas ortodoxos poseen la virtud de saber lo que hay que hacer ya que sus conocimientos técnicos los capacitan para realizar una política económica exitosa. Al contrario, los keynesianos sólo serían improvisados mentores del populismo trasnochado. Se trata de una afirmación pretenciosa ya que los resultados de las políticas económicas que los economistas ortodoxos implementaron no condicen con esta afirmación que carece de todo asidero histórico. El último ensayo económico de la versión “sangre, sudor y lágrimas”, el de Fernando de la Rúa, tuvo el final que se sabe. Reducir las jubilaciones y los salarios no sólo fue una impericia política, fue también una torpeza económica. Es fácil notar que la diferencia entre los economistas keynesianos y los ortodoxos es que estos últimos han aplicado políticas económicas que favorecieron a los más ricos y provocaron crisis económicas terribles y que los keynesianos tuvieron que solucionarlas. Esto no sólo sucedió en Argentina sino también en los Estados Unidos, en Japón y en Europa.
Los economistas ortodoxos asestan afirmaciones perentorias que invocan la economía mágica, “la economía vudú” como la llama Paul Krugman, y sus explicaciones son raras e imprecisas ya que no exponen un conjunto de argumentos sólido y estructurado. Sostienen que si se bajan los salarios las empresas podrán disminuir sus costos y bajar sus precios lo cual les permitirá vender más y ganar más. La afirmación, que encarama la baja de los salarios a la categoría de panacea económica universal, permite soslayar la explicación de las consecuencias de esta medida. Ya que si se disminuye el volumen de los salarios recibidos entonces se contraerá la cantidad de los productos que podrán comprarse con ingresos más bajos. Dejan así, de lado, un aspecto central de uno de sus raros argumentos plausibles que es la interacción entre los mercados. Los colegas que defienden el “libre mercado” no pueden ignorar que este está compuesto por la oferta y la demanda y que si los ingresos que constituyen la demanda global se reducen, las ventas y el empleo también bajarán.
El análisis de los programas económicos de los últimos 40 años muestra que cuando los gobiernos militares o democráticos limitaron la regulación de la economía por parte del Estado disminuyeron los salarios reales y se dejó la economía a la merced de “los vientos del mercado”, la economía se derrumbó. Conviene recordar que en el cuarto de siglo que va 1976 y 2003 la inversión retrocedió en 1978, 1981, 1982, 1983, 1984, 1985, 1988, 1989, 1990, 1995, 1999, 2000, 2001 y 2002. Otra de las afirmaciones de la economía vudú señala que cuando los salarios y las jubilaciones disminuyen la Argentina se enriquece, lo cual quiere decir que cuando la mayoría de las personas se empobrece entonces la riqueza del conjunto se incrementa. Es una aserción osada y difícil de sostener.
Una mirada más sagaz muestra que el ingreso total del país está compuesto por la producción de los servicios (públicos o privados), de la industria y de la agricultura. La primeras dos componentes representan 92 por ciento del producto global y casi el 95 por ciento del empleo y el consumo interno representa el 80 por ciento del Producto. Como el nivel del consumo depende de los salarios y de las jubilaciones cuanto más bajos sean estos será el consumo puesto que la mayor parte de los trabajadores o los jubilados gastan todo lo que ganan. Un simple cálculo utilizando la regla del tres permite mostrar que una caída del consumo del 10 por ciento reduce el Producto Bruto Interno del 8 por ciento.
Otra propuesta de la economía mágica afirma que hay que aumentar los precios de ciertos bienes, sacando los subsidios, de los transportes, del gas, de la electricidad, de los combustibles, de la salud. Aquí también el razonamiento es incompleto. La parte del ingreso necesaria para procurarse esos insumos aumentará luego del aumento de sus precios y esto implicará una reducción del remanente del ingreso de las familias para comprar otros bienes. Y esto significa reducir el poder de compra de los trabajadores y de los jubilados, amén de incrementar los costos de las empresas y por ende la inflación.
Si mis colegas ortodoxos dejaran de referirse a la economía vudú y pudieran mostrar un solo ejemplo de un programa neoliberal, de austeridad, exitoso en los últimos 85 años no tendrían que hacer gala de esa imaginación desenfrenada. Les alcanzaría con decir que en ese momento sucedió lo que ellos dicen y que la propuesta de encender la hoguera purificadora de los supuestos pecados económicos populistas tuvo éxito alguna vez.

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