domingo, 6 de abril de 2014

J. M. Keynes y Sigmund Freud

A partir de 1905, en el barrio de Bloomsbury, en la capital del Reino Unido, se comenzaron a reunir un grupo de intelectuales y amigos entre sí, con cosmovisiones similares y críticas del sistema dominante. Eran miembros o egresados del Trinity College, de la Universidad de Cambridge, a saber: Lytton y James Strachey, Leonard Woolf, Saxon Sydney Turner, Thoby Stephen y Clyde Bell, a los que se agregaron Vanessa y Virginia Stephen (luego Virginia Woolf), John Maynard Keynes, Dora Carrington, Duncan Grant, Roger Fry y Desmond McCarthy, entre otras figuras. Todas ellas se destacaban en distintas esferas del quehacer cultural. Varias también conformaban la sociedad secreta de los Apóstoles de Cambridge, a la cual se había integrado Keynes en 1903. Ahora bien, a comienzos de la década del ’20, el médico neurólogo austríaco Sigmund Freud le pidió a James Strachey que le tradujera su obra completa, la cual se publicó a partir de 1953. Así fue como muchos de los integrantes del Grupo de Bloomsbury se sintieron deseosos de analizarse con el creador del psicoanálisis. Precisamente, entonces, la pertenencia a ese círculo selecto hizo que Keynes conociera en ese tiempo muchas de las ideas de Freud. Desde ese momento, basándose en pensamientos propios y enriquecidos por los textos freudianos, el economista inglés desarrolló sus teorías sobre el dinero y el mercado. Las referencias de Keynes a Freud son relevantes. Seguramente el hecho de que desde un principio Keynes se inclinara a llevar a cabo estudios históricos y psicológicos de los temas y protagonistas de su interés hizo que, el descubrir la obra freudiana, fuera un transitar por una senda de alguna manera proporcionada para él. Al finalizar la Primera Guerra Mundial edita “Las Consecuencias Económicas de la Paz”, obra en la que incluye estudios sobre personalidades como Woodrow Wilson, Clemençeau y Lloyd George y una crítica a las condiciones del Tratado de Paz de Versalles, cumbre que presenció. Es más, en ese texto, analizando la psicología de Wilson, afirma que padece de un “complejo freudiano”. Por otra parte, paradójicamente, y a diferencia de Freud, Keynes era famoso en Viena. Tan es así que el médico vienés llegó a asegurarle que él mismo alcanzó popularidad gracias a haber sido citado por el intelectual inglés en el libro que nos ocupa. Precisamente Keynes es uno de los contados economistas que le dio un lugar importante al funcionamiento de la psiquis humana en el pensamiento económico. Recordemos, si no, el concepto de “espíritus animales” (animal spirits) utilizado en su obra magna de 1936 “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero”, para describir el afecto o la emoción que influye en el comportamiento humano. Asimismo, en un artículo de 1937 da cuenta de las motivaciones profundas que se encuentran en las emociones en relación con el dinero. Así afirma: “El amor al dinero como una posesión – a diferencia del amor al dinero como un medio para los goces y realidades de la vida – será reconocido como lo que es, algo morbosamente desagradable, una de esas propensiones semicriminales y patológicas”. La pasión por la riqueza, la seducción del oro, el malsano impulso a acumular y a especular, la incertidumbre y la necesidad de pronósticos económicos que revelan las preocupaciones sobre la evolución de la moneda las coloca bajo la lupa de la particular visión de la teoría psicoanalítica. En su “Tratado sobre el Dinero” de 1930, Keynes hace mención específica de Freud en la sección intitulada “Auri Sacra Fames”, donde reseña el valor simbólico que Freud le otorga al oro. Keynes, al toparse con los descubrimientos del psicoanálisis, bajo su particular mirada humanística, los incorporó a su acervo, entendiéndolos como un relevante sostén en el desarrollo sus propias teorías. Entendía que la pulsión de la sexualidad produce una tendencia irracional a la acumulación que resulta un contrapeso frente a los motivos racionales de la adquisición del dinero y de la producción. Por eso aseveró que “cuando el desarrollo de un país depende de las actividades de un casino es que algo se ha hecho mal”. Uno de sus discípulos, John Kenneth Galbraith, redactó el libro “La cultura de la satisfacción”, en el que advierte a los grandes capitales sobre el riesgo de que el principio del placer inmediato prevalezca sobre el principio de realidad. El afán por “garantizar el futuro”, la negación de la transitoriedad y la muerte, llevan a mucha gente, afirma Keynes, a la imposibilidad de disfrutar el hoy provocando malestar en la sociedad. De esta manera, Keynes continúa la idea del padre del psicoanálisis acerca de la inexistencia del tiempo en el inconsciente, encubriendo en la aspiración al atesoramiento una fantasía de inmortalidad. Otras ideas freudianas que Keynes menciona en sus diversos escritos son las relacionadas con la sublimación de las pulsiones, el surgimiento de conductas de tipo histérico, el mercado respondiendo a la psicología de las masas, etcétera. En definitiva, podríamos decir que, así como la psicología hasta Freud entendía que su objeto de estudio se regía por las leyes racionales de la conciencia, la ciencia económica, hasta Keynes, consideraba al dinero como algo neutro y objetivo, desconociendo la dinámica de los aspectos anímicos, de carácter inconsciente. Entre otras cosas, Keynes y Freud, como pensadores en sus respectivas disciplinas tienen en común el haberse alimentado de otras especialidades ajenas a la suya, como la historia, la sociología, la antropología, la filosofía, etcétera, dejando una marca imborrable en el estudio de la sociedad. La sinergia entre estos dos imprescindibles intelectuales e investigadores del siglo pasado hizo que, en materias aparentemente tan disímiles como lo son la economía y la psicología, la ciencia económica se viera enriquecida por la concepción freudiana gracias a la notable visión receptiva de John Maynard Keynes.

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