Hay un dejo de revancha en el sentimiento que manifiestan las opiniones de toda la región asiática –especialmente del sudeste– sobre la crisis que golpea duro a la Eurozona y también a Estados Unidos. En definitiva, sostienen, lo que está en crisis no es el capitalismo, sino exclusivamente la versión del capitalismo del mundo occidental. Contra los que sostienen que hay una crisis global del capitalismo que puede terminar con la forma en que lo conocemos o en su drástica transformación. En sus distintas versiones, fiel al libre mercado, o como capitalismo de Estado, las economías asiáticas siguen creciendo con las mismas herramientas que antes hacían crecer al resto del mundo. La crisis está en Occidente –sostienen–; la innovación y el dinamismo se han mudado hacia el este y hacia el sur. Hacia el mundo de los países emergentes. Ese sabor de revancha tiene orígenes precisos. Aparte de los actores tradicionales (como Sur Corea, Japón, Singapur e incluso Malasia), la mayoría de los demás países siguen siendo pobres o de ingresos medios que hicieron enormes esfuerzos para abrir sus economías a las fuerzas del mercado, para encontrarse ahora con nuevos riesgos. En cambio, los partidarios de un capitalismo de Estado a ultranza –nadie mejor que China en este rol– o de un capitalismo muy regulado, sostienen que entendieron a tiempo la lección. En 1997, el FMI y las fuerzas del Consenso de Washington, obligaron a todos estos países a tomar la amarga medicina. Reducir el gasto público y elevar las tasas de interés, a pesar de que estaban al borde o ya inmersos en una recesión. Además, a desregular alegremente. Pero ahora los mismos Gobiernos que votaban esas medidas en el directorio del FMI, enfrentados a los mismos problemas, encuentran diferentes recetas. Bajan las tasas de interés, mantienen o apenas reducen el gasto público y usan los dineros públicos para el salvataje de sus bancos amenazados. El caso es que mientras toda Europa y EE.UU. buscan esquivar la recesión, la gran mayoría de países asiáticos (y de América latina también) seguirán teniendo tasas importantes de crecimiento económico. La conclusión asiática es obvia: o los países occidentales son hipócritas en su visión de la realidad, o son incapaces de lidiar con la nueva situación.
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