No es casual que los grandes revolucionarios de la era digital sean estadounidenses o que, siendo extranjeros, alcancen sus logros después de haber emigrado al país del norte.
Allí (lejos de lo que se suele suponer), el american dream no es resultado espontáneo de dejar las fuerzas creadoras liberadas a su arbitrio.
Por el contrario, hay una fuerte cultura nacional de promover estas empresas y donde la mano del Estado juega un rol fundamental. Así, durante décadas, las compañías de Silicon Valley gozaron de beneficios impositivos, porque en la visión estratégica del Estado se había determinado que la computación jugaría un rol central en el liderazgo estadounidense.
También el ámbito universitario generó una articulación con el mundo de los negocios, como en ningún otro lugar del planeta, de manera que la investigación tuviera un correlato natural en la actividad empresarial.
Y, no menos importante, en Estados Unidos existe toda una rama de la industria financiera dedicada al fondeo de empresas en su fase inicial, con la figura de los fondos de "venture capital" que, a cambio de porciones accionarias, ponen sus fichas en proyectos nuevos y de futuro incierto. El propio Estado, con la agencia Small Business Administration, juega un rol protagónico.
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