El economista austriaco Friedrich von Hayek, que murió en 1992 a la edad de 93 años, dijo una vez que quien desee tener la última palabra sólo tiene que sobrevivir a sus oponentes. Su gran fortuna fue sobrevivir a Keynes por casi 50 años, y por tanto reclamar una victoria póstuma sobre un rival que lo había embestido intelectualmente cuando estaba vivo. La apoteosis de Hayek ocurrió en la década de 1980, cuando la Thatcher llegó a citar Camino de servidumbre (1944), su ataque clásico a la planificación central. Sin embargo, en economía nunca hay sentencias definitivas. Si bien la defensa de Hayek del sistema de mercado contra la ineficiencia de la planificación central fue ganando cada vez más partidarios, la opinión de Keynes de que los sistemas de mercado requieren una estabilización continua persistió en los ministerios de finanzas y bancos centrales. Sin embargo, ambas tradiciones fueron eclipsados por la escuela de Chicago de "expectativas racionales", que ha prevalecido en la economía dominante en los últimos veinticinco años. Si los agentes económicos supuestamente poseen información perfecta sobre todas las contingencias posibles, nunca podrían suceder crisis del sistema, excepto como resultado de accidentes y sorpresas más allá del alcance de la teoría económica. El colapso económico mundial de 2007-2008 desacreditó la economía de las "expectativas racionales" (a pesar de que sus sumos sacerdotes aún no lo reconocen) y trajo a Keynes y Hayek nuevamente a una contienda póstuma. Los problemas no han cambiado mucho desde que iniciaran su discusión en la Gran Depresión de la década de 1930. ¿Qué causa el colapso de las economías de mercado? ¿Cuál es la respuesta correcta a un colapso? ¿Cuál es la mejor manera de evitar colapsos futuros? Para Hayek a comienzos de los años 30 y para sus seguidores en la actualidad, la "crisis" es resultado de un exceso de inversión en relación con la oferta de ahorro, que fue posible por una expansión excesiva del crédito. Los bancos prestan a tasas de interés más bajos que las que los ahorristas genuinos habrían exigido, haciendo que todo tipo de proyectos de inversión se vuelvan temporalmente rentables. Sin embargo, debido a que estas inversiones no reflejan las preferencias reales de los agentes para el futuro sobre el consumo actual, no están disponibles los ahorros necesarios para su realización. Se puede ganar algo de tiempo con inyecciones monetarias de los bancos centrales. Sin embargo, los participantes del mercado terminan por caer en cuenta de que no hay ahorro suficiente para completar todos los proyectos de inversión. En ese momento, el auge se convierte en caída. Cada auge artificial lleva las semillas de su propia destrucción. La recuperación se logra mediante la liquidación de las asignaciones inadecuadas, la reducción del consumo y el aumento del ahorro. Keynes (y los keynesianos de hoy) considerarían que la crisis es resultado de lo contrario: la falta de inversión en relación con la oferta de ahorro -es decir, muy poco consumo o demanda agregada para mantener un nivel de pleno empleo de la inversión- que por fuerza ha de llevar a un colapso de las expectativas de ganancias. Una vez más, la situación se puede mantener por un tiempo recurriendo a la financiación del crédito a los consumidores, pero estos terminan por sobreapalancarse y restringir sus compras. De hecho, las explicaciones keynesiana y hayekiana de los orígenes de la crisis en realidad no son muy diferentes, pues en ambas el sobreendeudamiento desempeña un papel central. Pero las conclusiones a las que apuntan son muy diferentes. Mientras que para Hayek la recuperación requiere la liquidación de las inversiones excesivas y un aumento del ahorro de los consumidores, para Keynes consiste en reducir la propensión al ahorro y aumentar el consumo a fin de mantener las expectativas de utilidades de las empresas. Hayek exige más austeridad mientras que Keynes exige más gasto. Aquí tenemos una idea de por qué Hayek perdió la gran batalla con Keynes en la década de 1930. No era solamente que la política de liquidar excesos era políticamente catastrófica: en Alemania, llevó a Hitler al poder. Como señalara Keynes, si todo el mundo -hogares, empresas y gobiernos- comenzaran a intentar aumentar su ahorro al mismo tiempo, no habría manera de evitar que la actividad de la economía se redujera hasta que la gente se volviera demasiado pobre para ahorrar. Este fallo en el razonamiento de Hayek hizo que la mayoría de los economistas abandonaran el campo de Hayek para abrazar las políticas keynesianas de "estímulo". Como recordara el economista Lionel Robbins: "Frente a gran deflación de esos días, la idea de que lo esencial era eliminar las inversiones equivocadas y ... fomentar la disposición a ahorrar ... era tan poco adecuada como negar mantas y estimulantes a un borracho que hubiera caído en un estanque helado, bajo el razonamiento de que su problema original era el sobrecalentamiento." Excepto para los fanáticos de Hayek, parece obvio que el estímulo global coordinado de 2009 detuvo la caída en otra Gran Depresión. No hay duda de que el coste para muchos gobiernos de rescatar a sus bancos y mantener sus economías a flote frente al colapso de la economía dañó o destruyó su capacidad crediticia. Pero se reconoce cada vez más que la austeridad del sector público en un momento de débil gasto del sector privado garantiza años de estancamiento, si no un mayor colapso. Así que la política tendrá que cambiar. Poco se puede esperar en Europa: la verdadera pregunta es si el presidente Barack Obama posee lo necesario para ser un nuevo Franklin Roosevelt. Hasta el momento no ha dado pruebas de ello y esperar que de repente empiece a serlo es una esperanza ingenua. Para evitar nuevas crisis de la misma gravedad en el futuro, los keynesianos propondrían el fortalecimiento de las herramientas de gestión macroeconómica. Los hayekianos no tienen nada sensato que aportar. Es demasiado tarde para uno de sus remedios favoritos: la supresión de los bancos centrales, supuestamente por ser fuente de excesiva creación de crédito. Incluso una economía sin bancos centrales estará sujeta a errores de optimismo y pesimismo. Y una actitud de indiferencia a las consecuencias de estos errores es una mala política y un mal enfoque moral. Por lo tanto, Hayek merecía perder su batalla con Keynes en la década de 1930. Y se merece perder la revancha de hoy también y ser olvidado como economista (o bien ser recordado como lo que es: un Hitler económico que destruye todo lo que toca).
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