sábado, 11 de junio de 2011

Austeridad, quimeras y políticos irresponsables

Los debates económicos en Estados Unidos generan dislates. Por ejemplo, cuando legisladores republicanos, no todos del Tea party, sostienen que no pagar deudas carece de relevancia. Gran parte del planeta no lo cree así, empezando por China. Pero, al menos, en ese país los monetaristas que pugnan por bajar salarios reales y gastos fiscales para combatir el desempleo, en nombre de la austeridad, encuentran cierta resistencia en el gobierno de Barack Obama. A veces, también en la Reserva Federal. En la Unión Europea, a la inversa, los fundamentalistas del sufrimiento ajeno vienen vendiendo esa misma receta desde 2010. Insisten en que el equilibrio presupuestario, un concepto contable y no sistémico, es la respuesta a todos los problemas. Aun los de Grecia, Portugal, Irlanda, Italia o España. Esta actitud trasunta fantasías estilo varita mágica de la confianza. Vale decir, recortar el gasto público recreará puestos laborales o la austeridad fiscal elevará la fe del esquivo sector privado. Pero el hada de la confianza se niega a aparecer. Luego de lanzarse la moneda común (1999), todas las economías de la Eurozona captaron ingentes capitales. Inversores y especuladores supusieron que también aquellos cuatro países formaban parte de una unión monetaria. ¿Algo podía salir mal?. Casi todo, en realidad. Grecia y Portugal, incapaces de tomar fondos a tasas apenas superiores a las alemanas (referenciales), asumieron demasiada deuda pública. España e Irlanda no lo hicieron, pero sí sus bancos privados y mixtos. ¿Entonces? Los principales miembros de la Unión Europea –Alemania, Gran Bretaña, Francia, Austria- en efecto les prestan a los que afrontan crisis. Pero solo a cambio de programas de austeridad salvaje, podas de gastos, etc. Sus promotores niegan que esos mecanismo se autodestruyan y, por el contrario, tienen efectos expansivos. Tampoco así despierta el hada de la confianza. Los países en dificultades se deterioran aun más y la confianza se hunde sin remedio. Por una parte, Alemania se endurece ante los parientes pobres. Por la otra, el inefable Banco Central Europeo –lo maneja un fundamentalista de la austeridad- actúa como si estuviera resuelto a acelerar aquella crisis financiera. Sube los tipos referenciales y bloquea toda iniciativa de restructuración que alivie deudas. Hoy, Grecia podría acabar abandonando el euro.
Esta situación, donde ningún fanático de la austeridad admite sus errores, explica las aprensiones de China, India, Brasil o Turquía en cuanto a apoyar a la francesa Christine Lagarde como directora gerente del Fondo Monetario Internacional. O sea, el tercer adalid de la austeridad.

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