viernes, 17 de junio de 2011

El 15 de agosto de 1971

Richard Nixon, el 15 de agosto de 1971, terminó con la convertibilidad del dólar en oro. Hasta ese momento, de acuerdo al tratado de Breton Woods, el dolar era canjeado por oro a razón de 35 dólares la onza. Pero los altos costos que para Estados Unidos tuvo la guerra de Vietnam, lo llevó a excederse en el uso de la imprenta de billetes verdes demostrando el alto impacto de la guerra sobre el sistema financiero. El efecto que tuvo este derroche en las reservas de oro de Estados Unidos fue desastroso. En 1971, tras seis años de conflicto bélico en el sudeste asiático, Estados Unidos no tenía la cantidad de oro que, por ley, debía mantener de acuerdo a la cantidad de billetes impresos para cumplir con las exigencias de reservas. Economistas como Paul Samuelson recomendaron al gobierno de Nixon devaluar el dólar. Pero Nixon acató la sugerencia de Milton Friedman y eliminó la convertibilidad del dólar en oro, dejando así al billete verde en una posición hegemónica frente a las otras monedas. Con esto, el resto de la monedas que existían y que funcionaban en el intercamio comercial global (libra esterlina, franco, marco alemán) se hicieron fácilmente vulnerables a la manipulación y la especulación financiera. Ante esto, ninguna resistencia opuso en ese entonces el Banco Mundial, el FMI o el Banco Internacional de Pagos (BIS). Pero el golpe financiero mayor al de agosto de 1971 se produjo en 1973, cuando Nixon, y en un acuerdo secreto entre Estados Unidos y los países de la OPEP, decidieron que el petróleo se transaría sólo con los dólares de Estados Unidos. Esto marcó el nacimiento de los petrodólares y dió el rumbo definitivo a la hegemonía del dólar en el comercio internacional. La crisis petrolera de 1974, considerada una de las mayores del siglo XX, hizo que el precio del petroleo aumentara 4 veces desde su valor de 1971. Y los países demandantes de petróleo se vieron en la obligación de pedir prestados dólares a los bancos estadounidenses, para cubrir sus necesidades energéticas. En 1981, y dado el brote inflacionario de Estados Unidos por la crisis petrolera, la Reserva Federal elevó la tasa de interés al 20%. Esta medida, por la vía del interés compuesto, duplicó la deuda de los países en desarrollo en menos de cuatro años, y el resultado fue que la mayor parte de los países en vías de desarrollo se vió abrumados por el costo de la deuda y entraron en recesión. En América Latina esta situación se conoce como la década perdida, dado que el crecimiento se desplomó y los gobiernos debieron enfrentar la deuda asumiendo dolorosas privatizaciones de servicios y recursos públicos. El gigantesco agujero que dejó la guerra de Vietnam en Estados Unidos, era transferido así al resto del mundo. La situación se hizo aún más insostenible, y los países deudores que no podían pagar a los bancos estadounidenses, eran socorridos por el Fondo Monetario Internacional. El FMI coordinaba las acciones de pago de estos países con condiciones que siempre iban a favor de los bancos, y en contra de los países. Como puede intuirse, estas condiciones implicaban: i) medidas de austeridad y drásticos recortes a los servicios sociales; ii) privatización de los bancos, empresas estatales y servicios públicos; iii) exigencias para abrir los países a la inversión extranjera y al comercio con fuertes reducciones arancelarias y, lo más importante, iv) la obligación de dejar flotar a la moneda libremente de acuerdo a los vientos del mercado (muchos países mantenían en esos años el esquema de tipo de cambio fijo). Resulta curioso que pese a los grandes cambios ocurridos en el mundo en estas últimas tres décadas, la exigencias del FMI se sigan aplicando tal cual, no sólo en los países en desarrollo, sino que corran actualmente en los países desarrollados como ocurre con Europa y Estados Unidos.

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