lunes, 9 de mayo de 2011

Argentina y Brasil

Brasil es el país fashion de América Latina. El dato de que aún no haya probado ser capaz de crecer a tasas asiáticas sin generar inflación es solo una anécdota a los ojos de apologistas que a menudo lo miran en el espejo de China. De hecho, en su apogeo, Brasil sufre de un exceso de entusiasmo que atrae capital especulativo, dificultando el manejo macroeconómico. Salvo en los años noventa con su (a la postre, desastrosa) fijación al dólar, la reputación de Argentina en el "mercado" es inalterablemente, sistematicamente degradada, calumniada, vilipendiada. La sólida recuperación del colapso de 2001 es atribuida, alternativamente, al rebote de la crisis, al auge de los bienes primarios, a los dividendos cortoplacistas de políticas miopes o a la buena suerte, nunca a la eficacia argentina para manejar la situación. La mera posibilidad de que algunas de las múltiples heterodoxias argentinas pueda haber sido adecuada dadas las circunstancias del país no recibe ni siquiera el beneficio de la duda. Así, mientras Brasil es el protagonista de lo que The Economist llamó la década latinoamericana, Argentina (excluida del equipo de The Economist) no existe, es paria. Pero ¿los desempeños de Argentina y Brasil son distintos en la práctica? Para empezar, el crecimiento registra un empate. Mientras el producto argentino cayó un 20% a finales de los años noventa para recuperarse fuerte en los 2000, lo de Brasil fue menos sinuoso. Pero el acumulado desde 1999 (el comienzo de la crisis argentina) hasta la fecha es exactamente un 53% en ambos casos. Dicho de otro modo, en la última década Argentina recuperó todo el terreno perdido con su crisis de fin de siglo. Hay más. Según un reciente estudio de Brookings sobre la desigualdad en la región, la saludable mejora en la equidad en Brasil se debe, en partes iguales, al efecto del crecimiento económico sobre el empleo y los salarios, y a incrementos en los ingresos no laborales -específicamente la cobertura y beneficios del sistema previsional, y las transferencias del programa Bolsa Familia. ¿Qué pasó en Argentina? Lo mismo. Si el componente laboral del ingreso fue crítico durante el rebote desde el pico de desempleo del 22% en 2002, los ingresos no laborales fueron decisivos a partir de entonces: el aumento de las pensiones mínimas y la moratoria previsional se sumaron a un plan de subsidio infantil para mejorar la situación de los hogares de menores recursos, compensando el efecto erosivo de una inflación en alza. De este modo, ambos Gobiernos preservaron su base electoral asignando parte de los dividendos de la bonanza a la mejora de la calidad de vida de los sectores más pobres, una estrategia que en Brasil es progresismo racional, y en la vilipendiada Argentina es oportunismo populista. Y si Brasil evitó llenarse de deuda a pesar del boom de materias primas y la moda BRIC, en Argentina el alto costo de acceso al mercado de capitales obligó al país a un desendeudamiento acelerado, reduciendo la deuda con acreedores privados a un modesto 20% el PIB. ¿Qué decir de las diferencias en el "clima de negocios"? A pesar de una inyección masiva de inversión extranjera en Brasil, su 17,5% de inversión sobre producto es inferior al 23% de Argentina, donde la carga impositiva llega al 32% del PIB siendo inferior al 35% del idolatrado Brasil. Si las políticas difieren tanto como se sostiene, ¿cómo se explican las semejanzas en los resultados? Mientras que del nuevo Gobierno brasilero el “mercado” espera refinamiento y previsibilidad, para Argentina vaticina reducción de los márgenes políticos y una paulatina chavización. Argentina mediante un conjunto de medidas contracíclicas simples y factibles, bien podría, sin mayores complicaciones, evitar el destino ominoso que le presagian los escépticos. Pero haga lo que haga la Argentina, y por mas bueno que sea el resultado que obtenga, estará mal, muy mal, simplemente por ser algo ocurrido en Argentina y solo por eso.

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