viernes, 8 de abril de 2011
Las calificadoras de riesgo
Las calificadoras de riesgo no advirtieron a nadie sobre la caída de imperios como Enron, Lehman Brothers o AIG. Es más, hasta el mismo momento en el que mordieron el polvo, esos gigantes con pies de barro exhibían sus mejores recomendaciones. Y, pese a errores tan garrafales, nadie las ha oído entonar ni siquiera algo parecido a un mea culpa. Ahora se pasean por Europa sacudiendo los cimientos del Estado del bienestar con cada nueva rebaja. Y eso porque los clamorosos fallos cometidos en el pasado no han erosionado ni un ápice su poder. Las “calificadoras” se dedican a recortar sin piedad las calificaciones de la deuda de algunos países europeos (España, entre ellos) en el peor momento, causando con ello un gran daño a sus ya vapuleadas finanzas públicas. Porque la consecuencia más inmediata de una rebaja de rating es el encarecimiento de la refinanciación de una deuda a la que, con esa losa a la espalda, no le queda otra que multiplicarse de manera exponencial. Son solo tres las que se reparten el pastel de las calificaciones en el mundo: Moody’s, Standard & Poor’s y Fitch. El tridente controla más del 90% del mercado. Las dos primeras son las más potentes, con casi el 80%. ¿Qué significan sus calificaciones? Sus notas van desde la codiciada triple A, que viene a significar que es más fácil que las ranas críen pelo que quien la exhibe deje de pagar su deuda. Hasta la D, que viene a decir todo lo contrario, algo así como «olvídate de tu dinero porque no lo volverás a ver». En el medio están los bonos basura, nivel a partir del cual la inversión se considera altamente especulativa porque las probabilidades de no recuperar lo invertido son muy elevadas. Grecia ya está en esa situación y Portugal, a un paso. ¿Quién les paga? Cuando nacieron, a comienzos del siglo XX, tras el llamado pánico bancario que hundió Wall Street en octubre de 1907, los que pagaban sus servicios eran los inversores. Pero eso generaba conflictos de información privilegiada. Y, con el paso del tiempo, cuando los análisis se hicieron más profundos y los costes más elevados, la factura acabó en manos de los calificados: gobiernos, empresas, bancos y cajas, entre ellos. Un modelo de negocio muy criticado, en tanto que se puede pensar que no es muy conveniente contrariar al cliente. Los inversores no se fían de una emisión de deuda que no esté bajo el paraguas de, al menos, una de las tres grandes. Se puede apelar al mercado sin rating, pero seguro que el que compre los títulos va a exigir una rentabilidad mucho mayor para confiar su dinero al emisor. ¿A quién pertenecen? En el caso de Moody’s, su principal accionista es el multimillonario inversor estadounidense Warren Buffet, que, a través de su compañía, Berkshire Hathaway, controla el 12,3%. Entre sus propietarios figura también la mayor gestora mundial de fondos de inversión, Blackrock. Standard & Poor’s es una filial de la editorial estadounidense McGraw-Hill. El mayor accionista de Fitch es la firma francesa de servicios de inversión Fimalac, presidida por Marc Ladreit, una de las mayores fortunas de Francia. ¿Cuál es el modus operandi de estos delincuentes? Desde 2001 vía burbuja inmobiliaria, las calificadoras inflaban los puntajes de sus protagonistas (previo pago por el asesoramiento, obviamente), sin parar mientes en que los paquetes incluían malas hipotecas y activos tóxicos. Las agencias, en complicidad con los bancos, otorgaban los puntajes más altos (AAA) y los ejecutivos multiplicaban sus ingresos. Tiempo después, las burbujas fueron estallando una por una. En Estados Unidos, la Eurozona e Islandia, miles de familias vieron aniquilados de una vez vivienda, empleo e ingresos. No para ahí la cosa. Para rescatar al sector privado y obtener liquidez, los gobiernos se ven forzados a emitir deuda adicional. Con ese objeto ¿a quiénes acuden en la segunda parte de la historia? Naturalmente, a las calificadoras. En este punto, se imponen planes de austeridad que generan mayor contracción económica. Un negocio redondo, que se perpetúa hasta el infinito, o mejor dicho, mientras existan paises a los que hacer reventar por el aire en pedazos.
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