martes, 22 de febrero de 2011

Terapia de choque para el Servicio Público Británico

La llamada “la doctrina del shock” tiene su origen en la Universidad de Chicago hace ya más de cincuenta años. Está diseñada por un grupo de economistas encabezados por el ideólogo de derechas Milton Friedman. Friedman y sus seguidores tenían una fe casi religiosa en una utopía de mercado libre no reglamentado al estilo “laissez faire” y su idea era sencilla; la mejor forma de implantar la privatización de todo el sistema e instaurar un mercado libre sin restricciones en cualquier esfera es a través del caos. Aunque en sus orígenes se trata de una teoría académica, es una metodología que se ha puesto en marcha de forma práctica en numerosas ocasiones al rededor del mundo en los últimos años. Pero con consecuencias desastrosas en cada ocasión. Pero a pesar de todo, las pruebas no bastan para disuadir a los fanáticos. Justo después de la caída de la Unión Soviética, estos mismo economistas viajaron al antiguo bloque comunista y aconsejaron a Yeltsin de que el sistema necesitaba “terapia de choque”. Lo convencieron para que vendiera la práctica totalidad de las industrias estatales de un sólo golpe. Incluso Thatcher tardó once años en privatizar una parte relativamente pequeña de la economía del Reino Unido, pero los rusos – siguiendo el camino marcado por la terapia de choque – lo hicieron de la noche a la mañana, emitiendo bonos de participación a los ciudadanos. De repente, los rusos de a pie perdieron estabilidad laboral, ingresos provenientes del estado, prestaciones y pensiones, y en su lugar iban por ahí con unos certificados que para ellos no significaban nada. Así que empezaron a venderlos a precio de ganga a las pocas personas dentro de ese sistema (antiguos miembros de la KGB o funcionarios del Partido Comunista) que tenían algo de dinero. Y así, prácticamente de la noche a la mañana, nació toda una clase de Oligarcas. Desde entonces, es bien sabido que Rusia ha estado plagada por la desigualdad y por la corrupción inevitable que se produjo ante un estado tan mutilado. La historia moderna está llena de otros ejemplos de cómo se ha implementado la doctrina del choque. En el periodo posterior al huracán Katrina, en el que unas 2,000 personas perdieron la vida y muchos miles más perdieron sus hogares, escuelas y medio de sustento, los ideólogos del mercado libre volvieron a la carga. El Friedmanite American Enterprise Institute se mostró entusiasmado de que “Katrina conseguiría en un sólo día… lo que algunos reformistas llevaban años queriendo hacer en las escuelas de Louisiana.” Insistieron en que, en lugar de dedicar una parte de los miles de millones de dólares dispuestos para la reconstrucción de Nueva Orleáns en reconstruir y mejorar el sistema de educación pública existente, el gobierno debería ofrecer bonos a las familias que éstas pudieran canjear en instituciones privadas. Los profesores de la escuela pública advirtieron de que el plan de Friedman suponía una “apropiación de tierras de la educación pública”. Al observar lo que a luces vistas parecía ser una estrategia deliberada, la periodista Naomi Klein acuñó la frase “capitalismo de desastre,” en el sentido de que se aprovechan los acontecimientos catastróficos para organizar ataques a lo público. Este fenómeno lo describió con todo detalle en su excelente libro, “La doctrina del shock”. Klein da ejemplos del uso de esta doctrina en lugares tan diversos como Chile e Irak, y lo que muchos economistas del mercado libre han descubierto desde entonces es que, en vez de esperar a que ocurra un desastre, también es posible crear las condiciones ideales para ese tipo de revolución. Ahora Gran Bretaña se apresta a sufrir una "terapia de shock friedman". Como la única forma de conseguir una privatización tan drástica es provocar un choque intenso y agudo al sistema, Nick Boles, el Diputado del partido Conservador británico y partidario de Cameron, lo puso así de crudo: “En nuestro léxico, ‘caótico’ es algo bueno”. Friedman estaría orgulloso. El primer ministro británico, David Cameron, quiere que todos los servicios públicos del país sean gestionados por compañías privadas. Se permitiría a entidades privadas gestionar escuelas, hospitales o servicios municipales como el mantenimiento de parques y carreteras y el cuidado de ancianos. Por ahora se excluye del plan a la seguridad nacional y la justicia pero próximamente se verá que en Inglaterra solo existirán policías privados que ofrezcan protección privada a quienes puedan pagarla. Y jueces que solo atenderán a los que dispongan de medios económicos que le permitan acceder a la justicia, es decir, comprarla. Los cambios "liberarán" al sector público "de las riendas del control del Estado", y quedarán en manos de empresas guiadas por el lucro y el enriquecimiento. Como diría Hamlet: "No esta bien, ni puede acabar bien" (Acto I, Escena II). Gran Bretaña se apresta a representar una tragedia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

acabamos de ver el primer acto, su post es profético, esta tragedia britanica tendrá un final el estilo hamlet?

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