En 2007 la renta media de Islandia era casi de 70.000 dólares anuales, la quinta más alta del mundo. Las tiendas de Reikiavik rebosaban de productos de lujo y los coches deportivos atascaban sus estrechas calles. Los islandeses eran el pueblo más feliz del planeta, de acuerdo con un estudio de 2006. Buena parte de su prosperidad reposaba sobre el crecimiento ultrarrápido de tres bancos islandeses, que habían pasado de ser pequeñas instituciones con vocación de servicio público en 1998 a colarse entre las filas de los trescientos mayores bancos del mundo ocho años más tarde. Cuando el valor de sus viviendas creció, los islandeses se endeudaron correspondientemente, y lo hicieron también en monedas extranjeras. La crisis golpeó a finales de septiembre de 2008, cuando los mercados de dinero se congelaron como consecuencia del hundimiento de Lehman Brothers. En el plazo de una semana, los tres grandes islandeses colapsaron y pasaron a ser propiedad pública. En noviembre de 2008 la corona islandesa había caído a un cambio de 190 coronas por 1 euro, de un tipo de cambio previo en torno a las 70 coronas, lo cual implicaba una reducción drástica del poder adquisitivo de los islandeses. El mercado de divisas dejó de funcionar y las divisas mundiales pudieron utilizarse únicamente para las importaciones aprobadas por el gobierno. Desde principios de la década de 1990 el país fue gobernado por celosos neoliberales que creían que los mercados financieros eran «eficientes» y autorregulados. En el relajado clima regulador del mundo atlántico de principios de la década de 2000, los banqueros islandeses llegaron a adquirir marcas de renombre de primera fila en Gran Bretaña, Dinamarca y otros países, apalancando sus balances de situación gracias a garantías dudosas o incluso ficticias. La debilidad de la regulación trasnacional permitía a los bancos una gran laxitud. Ante las crecientes preocupaciones mostradas por los mercados, los financieros islandeses lanzaron una campaña bien organizada de relaciones públicas, contratando a economistas de gran renombre para que afirmasen que el sistema financiero islandés era básicamente sólido. El Estado islandés, entre tanto, carecía de los recursos necesarios para asegurar los bancos dado el tamaño que les había permitido adquirir, aunque por mucho tiempo logró asegurar a los inversores y gobiernos extranjeros que lo haría. Pero remontémonos más hacia atrás para narrar cómo Islandia pasó de ser uno de los países más pobres de Europa occidental en 1945 a convertirse en uno de los más ricos en la década de 1990; y cómo entonces, lo cual resulta todavía más extraordinario, creó tres de los bancos internacionales más importantes. El capitalismo islandés estuvo dominado desde el principio por un bloque de aproximadamente catorce familias, popularmente conocidas como El Pulpo, que constituían la elite política y económica dominante. Además del sector importador, El Pulpo controlaba el transporte, la actividad bancaria, el sector asegurador y la pesca, y posteriormente los suministros a la base de la OTAN. Durante más de medio siglo, suministró el personal gubernamental de Islandia y repartió los empleos del sector público y otros puestos entre sus familias, que vivían como clanes tribales tardíos. A finales de la década de 1970 y principios de la de 1980 el orden tradicional fue desafiado desde dentro por una facción neoliberal conocida como el grupo Locomotora, conformada a principios de los setenta, cuando determinados estudiantes de Derecho y de Administración de Empresas de la Universidad de Islandia se hicieron con el control de una revista, La Locomotora, para promover las ideas de libre mercado y también, sin duda, para abrirse oportunidades profesionales para sí mismos en vez de esperar el patronazgo de El Pulpo. Cuando concluyó la Guerra Fría comprobaron que su posición se había fortalecido material e ideológicamente ante la pérdida de apoyo público por parte de comunistas y socialdemócratas. El futuro primer ministro del Partido de la Independencia Oddsson era un preeminente miembro del grupo. Nacido en 1948, Oddsson era un chulesco bon viveur de clase media que fue elegido como consejero del Partido de la Independencia al Consejo Municipal de Reikiavik en 1974; en 1982 era ya alcalde de la ciudad y dirigió las campañas de privatización –incluida la venta de la flota pesquera del municipio– en beneficio de sus colegas del grupo La Locomotora. En 1991 Oddsson dirigió al Partido de la Independencia a la victoria en las elecciones generales. Reinó –y no es una palabra demasiado fuerte– como primer ministro durante los siguientes catorce años, supervisando el espectacular crecimiento del sector financiero islandés, antes de instalarse como gobernador del Banco Central en 2004. Su protegido del grupo La Locomotora, Geir Haarde, ministro de Finanzas entre 1998 y 2005, ocupó el puesto de primer ministro poco después. La liberalización de la economía islandesa comenzó en 1994, cuando la incorporación al Área Económica Europea –el bloque de libre comercio de los países de la UE más Islandia, Liechtenstein y Noruega– eliminó las restricciones sobre los flujos trasnacionales de capital, bienes, servicios y personas. El gobierno de Oddsson se embarcó a continuación en un programa de venta de activos públicos y de desregulación del mercado de trabajo. Hasta finales de la década de 1990, sin embargo, el sector financiero fue pequeño y estuvo formado básicamente por bancos de propiedad pública. La privatización comenzó en 1998, implementada de acuerdo con la lógica de las camarillas por Oddsson y por Halldor Ásgrímsson, el líder del Partido del Centro: el Landsbanki fue asignado a los grandes del Partido de la Independencia; el Kaupthing a sus contrapartes del Partido
del Centro, su socio de coalición; los postores extranjeros fueron excluidos. El sistema bancario resultante presentaba un alto grado de concentración, que excedía con creces el de los restantes países nórdicos; no se enfrentaba a ninguna competencia interna de bancos extranjeros; y, a pesar de ser «privado», seguía estando estrechamente ligado a los políticos. A comienzos del tercer milenio, Islandia se precipitó a las finanzas internacionales coadyuvada por dos condiciones globales –crédito barato abundante (gracias a los déficits estadounidenses) y libre movilidad del capital– y tres condiciones domésticas: un fuerte respaldo político para los bancos; la fusión de los bancos de inversión con los bancos comerciales de modo que los primeros compartieran las garantías que el gobierno ofrecía a los segundos; y una reducida deuda soberana, que otorgó a los bancos islandeses el crucial imprimátur de una alta puntuación de las agencias internacionales de calificación crediticia. Fortalecidos de este modo, los accionistas más importantes del Landsbank, del Kaupthing, del Glitnir revirtieron la previa predominancia política sobre las finanzas: la política pública se hallaba, ahora, subordinada a sus fines. Oddsson y sus amigos relajaron a continuación las normas que regulaban las hipotecas concedidas por el Estado, permitiendo la concesión de préstamos por el 90 por 100 del valor de la propiedad. Los bancos recientemente privatizados se apresuraron a ofrecer condiciones todavía más generosas. A principios de 2006, sin embargo, comenzaron a hacerse perceptibles en la prensa financiera las primeras preocupaciones sobre la estabilidad de los grandes bancos islandeses, que estaban empezando a tener problemas a la hora de obtener fondos en los mercados de dinero. El déficit por cuenta corriente de Islandia había pasado del 5 por 100 del PIB en 2003 al 20 por 100 en 2006, convirtiéndose en uno de los mayores del mundo. El Landsbanki, el Kaupthing y el Glitnir estaban operando mucho más allá de la capacidad del Banco Central de Islandia de sostenerlos como prestamista en última instancia. El Banco Central de Islandia suscribió préstamos para doblar las reservas extranjeras, mientras la Cámara de Comercio –dirigida, por supuesto, por compinches y representantes del Landsbanki, del Kaupthing y del Glitnir y sus diversas entidades participadas– respondió con una campaña de relaciones públicas. Se encargó un caro informe al economista de la Business School de Columbia Frederic Mishkin, que afirmó la estabilidad de los bancos introduciendo un reducido número de reparos. Aunque habían sobrevivido a la minicrisis de 2006, el Landsbanki, el Kaupthing y el Glitnir todavía presentaban enormes descompensaciones entre sus activos –fundamentalmente no líquidos y con largos vencimientos– y sus pasivos a corto plazo. Continuaron teniendo problemas para obtener dinero para financiar sus compras de activos y reembolsar la deuda viva, en gran parte denominada en monedas extranjeras. Los bancos recurrieron a dos métodos para resolver este problema. El primero, explorado inicialmente por el Landsbanki, fue Icesave, un servicio gestionado por Internet para obtener depósitos al por menor mediante la oferta de tipos de interés más atractivos que los bancos convencionales. Icesave, establecido en el Reino Unido en octubre de 2006 y en Holanda dieciocho meses más tarde, suscitó la atención de las páginas web financieras que pretendían ofrecer las mejores opciones de inversión y pronto recibió cuantiosos depósitos. Decenas de millones de libras llegaron de la Universidad de Cambridge, la Autoridad de la Policía Metropolitana de Londres e incluso de la Comisión de Auditoría del Reino Unido, organismo responsable de la supervisión de los fondos públicos locales. Los responsables del Landsbanki apenas podían creer en su buena fortuna cuando comprobaron cómo crecían las cifras en las pantallas de sus ordenadores. Solo en Reino Unido había 300.000 depositantes. Con anterioridad al lanzamiento de Icesave en Holanda en mayo de 2008, el Landsbanki publicó un folleto en el que el presidente de la Autoridad de Supervisión Financiera de Islandia también declaraba su confianza en la estabilidad del sector. Sin embargo, en este momento, tras muchos meses de contracción crediticia, los bancos centrales europeos y el FMI percibieron con absoluta claridad la crisis que se avecinaba en Islandia y los riesgos internacionales que planteaba. En mayo de 2008, los Bancos Centrales de Dinamarca, Suecia y Noruega, conscientes de las consecuencias que acarrearía una implosión en Reikiavik para sus propios sectores financieros, respondieron con reticencia a las desesperadas llamadas islandesas para que concedieran líneas de crédito, obteniendo a cambio una promesa secreta de los ministros y de los gobernadores del Banco Central de Islandia de aplicar un programa similar al propuesto por el FMI el mes anterior. El 15 de septiembre de 2008, cuando cayó Lehman Brothers, no se había dado prácticamente un paso al respecto. La caída de los bancos islandeses llegó dos semanas más tarde. Los depositantes en las sucursales exteriores de Icesave comenzaron a retirar masivamente sus ahorros. Miles de millones abandonaron la moneda islandesa durante esas horas. El FMI llegó a Reikiavik en octubre de 2008 para preparar el programa de gestión de la crisis. Ofreció un préstamo condicional de 2,1 millardos de dólares para estabilizar la corona. El FMI respaldó también las demandas de los gobiernos británico y holandés de que Islandia los recompensase por su rescate de los depositantes de Icesave. La habitualmente plácida y consumista población islandesa se levantó en un movimiento de protesta enfurecido y enrabietado, cuyos objetivos eran fundamentalmente Haarde, Oddsson y sus compinches. Miles de personas de todos los grupos de edad se reunieron en la principal plaza de Reikiavik durante las heladoras tardes de los sábados para cantar, golpear cacerolas, y escuchar discursos y canciones. Los manifestantes rodearon con sus brazos unidos el Althing para exigir la dimisión del gobierno y arrojaron yogurt y fruta contra las paredes del edificio. Todos los lunes por la noche, un millar de personas se reunía en el mayor cine de la ciudad para debatir la situación. Los petulantes ministros del gobierno fueron forzados a responder a sus preguntas. Sin embargo, la elite gobernante se obstinó en intentar demostrar que la situación pareciese «normal» ocultando sus conflictos de intereses como meras coincidencias personales. Finalmente, en enero de 2009, la coalición Partido de la Independencia- Alianza Socialdemócrata se rompió, cuando los líderes socialdemócratas se hicieron eco de las demandas populares para que Oddsson dimitiera como gobernador del Banco Central. Hasta la fecha, el de Islandia sigue siendo el único gobierno que ha renunciado como consecuencia de la crisis financiera mundial y el único país que ha girado hacia la izquierda como resultado de septiembre de 2008.
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