sábado, 22 de enero de 2011

La “globalización” china

Beijing quiere ser punto de convergencia para todos los caminos financieros, comerciales, económicos y políticos del mundo. En suma, busca forjar una globalización posnorteamericana o postoccidental. En octubre, el gigante indio Reliance Power le compró a Shanghai Electric US$ 10.000 millones en equipos generadores. Fue uno de los negocios de 2010 y tal vez el mayor en la historia sectorial o de la relación económica entre India y China. El volumen no era el aspecto más notorio. La compañía china ofrecía sus equipos a 30-40% bajo el precio habitual de General Electric, el líder norteamericano. Además, el financiamiento del Banco Chino de Desarrollo (BChD) llevaba ese descuento a cerca de 60%. Esto forma parte de la “globalización estilo Beijing”. El mensaje de la segunda economía mundial, en producto bruto interno, es claro: acelerar la integración planetaria, pero en sus propios términos. Durante decenios, China ha aprovechado sistemáticamente su inserción en un mundo cuyas reglas las escribían Estados Unidos o, si se quiere, Europa occidental y Japón. El gigante en ciernes empezó fabricando ropa, siguió con electrodomésticos y hoy exporta iPods. En años recientes, un conjunto de países relevantes va descubriendo que China, no ya EE.UU, es su mayor socio comercial. El elenco abarca desde los vecinos Japón y Surcorea hasta Australia y Brasil, tan ricos en productos primarios. En algunos tramos de 2010, la importación china de hidrocarburos saudíes excedió los embarques a Estados Unidos. El Reino del Medio está profundizando estos vínculos. Sus bancos contribuyen a expandir infraestructuras y oferta energética de países en desarrollo. Su meta es acelerar su crecimiento y acercarlos a la economía china. El gigante también persigue consolidar un papel activo para su moneda –en parte a expensas del dólar- y eventualmente convertirla en divisa opcional en el este, el sudeste y el sur de Asia. Por cierto, China funciona como centro de gravedad para una creciente red de conexiones, cuyo sino inexorable está en ese arco Pacífico-Índico. En un plano más ambicioso, se apunta a una arquitectura económica –sin Norteamérica- que trascienda África, Latinoamérica y Levante. Una clave de estos planes es el Banco Chino de Desarrollo (BChD), motor del impulso internacional. Sólo en materia de energía y combustibles, la entidad ha concedido préstamos a gobiernos y empresas de países emergentes o en desarrollo por más de US$ 65.000 millones en 2009/10. Si se incluye el EximBank (BEI), el monto supera los US$ 110.000 millones, una cifra mayor que la del Banco Mundial. El BChD es un híbrido único, un “banco político” cuya misión es asistir a los fines del desarrollo nacional sin sacrificar la rentabilidad ni la expansión exterior. Los chinos parecen haber descubierto un sistema económico híbrido, compuesto por empresas estatales (de cualquier naturaleza: financiera, alimentaria, industrial) que funcionan en base a la productividad y la ganancia (característica exclusiva, hasta hace poco, del capitalismo). Lo impresionante es que estas empresas a medio camino entre lo estatal y lo privado parecen funcionar mucho mas eficientemente que las viejas empresas capitalistas totalmente privadas. Durante unos diez años, el BchD organizó su impulso global asignando divisiones específicas, responsables de diversas partes del mundo. Por ejemplo, la oficina de Henan está a cargo de África meridional, mientras la de Chongqing cubre la península de los Balcanes. A fin de 2010, había equipos en 142 países o regiones, entre ellas cuarenta africanas. En la etapa iniciada ahora, los emprendedores chinos deben marchar a Sudamérica y quedarse ahí mucho tiempo. Por ejemplo, el BEI firmó hace poco con Petrobrás un acuerdo de crédito por US$ 10.000 millones. Poco antes, la compañía había subscripto con el Eximbank estadounidense una línea por apenas US$ 2.000 millones. Fue mucho más fácil obtener el préstamo chino que el norteamericano. Algunos de esos créditos tienden a acelerar la integración china con sus vecinos vía proyectos infraestructurales. Tales como poliductos en Rusia, Kazajstán o Birmania, en construcción o ya operando, y ferrocarriles que vinculan la última con Vietnam, Laos, Kampuchea y el lejano sur chino. En resumen, una gama de objetivos que representan desafíos explícitos al liderazgo global de EE.UU. Uno de ellos, es la internacionalización de su moneda que viene acelerándose desde mediados de 2009. El primer paso de los meticulosos chinos consiste en hacer del yüan una “divisa” comercial dominante en Asia del este, el sudeste y el sur. El segundo paso es avanzar sobre el resto del planeta.

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