lunes, 15 de noviembre de 2010

El arsenal inútil del capitalismo

Esta crisis es muy superior a la de 1929. Es única en la historia del capitalismo, sin paralelismos con crisis anteriores ni con los remedios conocidos. En 1929 la utilización de instrumentos keynesianos fue exitosa. Hoy a la intervención masiva del Estado en los paises centrales no resultó. Es decir, estamos presenciando la ineficacia de las economías centrales para superar la crisis. Greenspan, en febrero de 2007, lanzó la voz de alarma anunciando la posibilidad de que Estados Unidos entrara en recesión hacia fines de ese año. Nadie le creyó, pero la recesión se puso en marcha cumpliendo la profecía. En septiembre de 2008 estalló el sistema financiero y la recesión comenzó a extenderse rápidamente a escala planetaria al tiempo que se evidenciaban síntomas muy claros de tránsito global hacia la depresión cuya llegada comenzó a ser admitida desde comienzos de 2009. La avalancha de dinero que arrojan sobre los mercados no frena la caída, además está creando las condiciones para futuras olas inflacionarias y burbujas especulativas. El sistema financiero mundial se ha desintegrado. Hay similitudes entre la situación actual y la vivida durante el desplome de la Unión Soviética. ¿Cuáles son esos paralelismos? Como sabemos, el sistema soviético comenzó a desmoronarse hacia fines de los años 1980 para finalmente “implosionar” en 1991. El fenómeno ha sido por lo general atribuido a la degradación de su estructura burocrática haciéndolo en principio intransferible al capitalismo que alberga una vasta burocracia aunque no hegemónica como lo fue en el caso soviético. Sin embargo, existe una enfermedad que no es el patrimonio exclusivo de los regímenes burocráticos, y que se ha desarrollado en el capitalismo al igual que en civilizaciones anteriores a la modernidad: se trata de la hipertrofia parasitaria, del predominio aplastante de elites que depredan el sistema productivo generando al mismo tiempo una dinámica de degradación de su entorno hasta un punto tal en que el conjunto del sistema va perdiendo capacidad de reproducción apuntando hacia el colapso general. Las decadencias de civilizaciones como la greco-romana, egipcia o babilónica ilustran ese esquema. Las tres últimas décadas presenciaron la aceleración del proceso de “financierización”; su momento de gloria fue alcanzado durante el último lustro del siglo 20, en plena expansión de las burbujas bursátiles seguidas al comenzar el nuevo siglo por la proliferación de burbujas financieras de todo tipo (principalmente inmobiliarias pero también comerciales, de endeudamiento, etc.). A mediados de la década actual en Estados Unidos más de 40% de los beneficios de las grandes corporaciones provenía de los negocios financieros, en Europa la situación era similar. El diagnóstico oficial sigue siendo el de una crisis de liquidez y de confianza de los consumidores y empresarios en los países ricos, ante lo cual fueron lanzadas sucesivas andanadas de fondos, estímulos fiscales y crediticios que como sabemos han sido completamente ineficaces. Los estímulos no han funcionado porque el problema de fondo no es la falta de crédito o de confianza o las cargas fiscales sino la abrumadora masa de deudas públicas y privadas que en el caso de Estados Unidos supera US$ 54 billones (más de tres veces el Producto Bruto Interno estadounidense y casi equivalente al Producto Bruto Mundial). Por su parte las deudas públicas de países como Japón, España o Italia superan 100% los PBI respectivos. ¿Qué sentido tiene ofrecer créditos y otros estímulos para consumir e invertir a gente sobrecargada de deudas?. El arsenal de soluciones está vacío. La receta no está escrita en ningún lugar.

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