jueves, 24 de diciembre de 2009

El debate sobre regulación estatal e intervencionismo

Durante los 35 años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, áreas económicamente tan claves como hidrocarburos, hierro, acero, combustibles, energía, comunicaciones y transportes estaban en manos del Estado. Después, desde los años 80, se puso en marcha un drástico programa de privatizaciones y, de una docena de conglomerados públicos quedaron apenas los correos. Margaret Thatcher, Ronald Reagan y sus revoluciones conservadoras cambiaron la filosofía prevaleciente en las economías occidentales. En especial las adherentes al capitalismo anglosajón (Estados Unidos, Gran Bretaña, Holanda, Canadá). La regulación pasó a ser un mal necesario, limitable a correcciones de falencias específicas en los mercados. Pese a turbulencias como las de 1987, 1997 ó 2001, los ortodoxos consideraban la propia regulación como una falencia del mercado. Cada país había escogido su lugar en una escala que iba de mercado libre a control estatal. Pero las economías principales –salvo China y Rusia– marchaban rumbo al primer extremo. Entonces sobrevino 2007/8. Los hechos del último año y medio han comprometido la fe en los mercados libres (ya no eran virtuosos), sobre todo los financieros y especulativos. Ha habido amplia intervención estatal en países como EE.UU., Gran Bretaña, Alemania y otros. Sus Gobiernos adquirieron participaciones controlantes en bancos, automotrices y otras actividades, a cambio de rescates o apoyo financiero. Las escandalosas remuneraciones de ejecutivos u operadores irritaron al público y crearon clima para pesadas regulaciones sobre prácticas financieras. Resulta entonces natural preguntarse si esta etapa de mayores controles estatales implica que el capitalismo anglosajón se agota o resurgirá en forma diferente. O si el nuevo orden convertirá a los Gobiernos en accionistas dominantes de bancos, industrias, etc. Algunos observadores apuestan a esa posibilidad, otros la rechazan de plano y un tercer grupo cree que se difundirá el modelo socioeconómico escandinavo. Vale decir, una forma de Estado de Bienestar que los neoclásicos detestan más que al capitalismo renano. La crisis financiera internacional ha dado a la política –con la necesidad de rescatar empresas– un papel preponderante en el funcionamiento de los mercados. Y sin embargo, muchos actúan como si nada de eso estuviera pasando. Fue la crisis financiera quien dio a la política un papel en la economía. Antes se creía que eso solo ocurría en los países en vías de desarrollo y que, con el tiempo, también allí desaparecería. Cuando terminó la guerra fría, parecía que se enterraba la idea que los Gobiernos podían manejar economías nacionales para generar prosperidad. El dinamismo de Japón, Estados Unidos y Europa occidental –alimentado por riqueza privada, inversión privada y empresa privada– parecía haber instalado definitivamente el predominio del modelo liberal. A medida que esos Gobiernos privatizaban empresas y jubilaciones, compañías como Exxon Mobil, Microsoft, Toyota Motor y Wal-Mart Stores se pusieron febrilmente a diseñar planes para su expansión global. La globalización se puso en boca de todos. Pero llegó la crisis y los empresarios que repudian lo que suponen cualquier actitud de injerencia estatal sobre sus negocios, corrieron a buscar refugio debajo de la cama de papá Estado. La participación de la política en los procesos de mercado producirá sus propios ganadores y perdedores. Tres décadas de crecimiento sostenido, por ejemplo, han dado a la élite del partido comunista chino grandes reservas de capital político. Dada la enorme cantidad de dinero que el Gobierno puede gastar en estímulos fiscales, China podrá emerger de la recesión global antes que la mayoría de las naciones en el mundo desarrollado.

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