jueves, 2 de octubre de 2008

La gran estafa del mercado delincuente

El plan de estabilización de los yanquis consiste en envolver el impacto de la explosión de la burbuja inmobiliaria dentro de una burbuja mucho más grande. Los 850 mil millones no están orientados a atacar el problema real. Por el contrario, se diría que lo agravan. Y a muy corto plazo, en cuestión de semanas. El problema real es que Estados Unidos se armó, para sí y para el mundo, un sistema financiero divorciado de la actividad productiva, un sistema que dejó de estar al servicio de la creación de riqueza y que, en cambio, creó un maravilloso mecanismo de multiplicación de dinero para quienes pudieran aprovecharlo. El asunto es que, como paralelamente no se creaba una riqueza semejante a esa acumulación, sólo podían estar sucediendo dos cosas: se estaba asistiendo a una fabulosa transferencia de riquezas en favor de los “jugadores más afortunados” en la ruleta o se estaba creando un capital ficticio (papeles y activos que no valían lo que decían valer). Lo que sucedió fue una perversa combinación de ambas. ¿Cómo pudo pasar, y justo en el corazón del capitalismo? Las hipotecas basura son apenas la punta del iceberg de una enorme estafa a la que fue sometido el norteamericano medio. Se alentó la compra de viviendas por parte de quienes no tenían con qué pagarlas con la ilusión de que las casas “se pagaban solas”, por una suba en su valorización que iba a superar largamente el costo del crédito obtenido para comprarla con hipoteca. Los financistas le hicieron creen a los ingenuos y codiciosos que se puede comprar sin plata, endeudarse y esperar multiplicar la inversión inicial tanto como para cancelar la deuda y quedarse con el capital adquirido. Los intermediarios del negocio (bancos de inversión, sociedades de crédito, aseguradoras, fondos de riesgo) se valieron del comercio electrónico para poder multiplicar al infinito las operaciones y reducir a segundos su concreción. La virtualidad hizo creer que multiplicando las operaciones se reducía el riesgo. Pero pasó lo contrario, porque el inversor en este juego se vio obligado a actuar como jugador adicto: a más apuesta, más necesitaba ampliar la masa de dinero en juego. Pero un día, la carroza volvió a ser calabaza, como en el cuento. El plan que votó el Senado no dice cómo desarmar esta terrible maquinaria. Por el contrario, aceita las piezas respaldando a las entidades (apostadores) que jugaron fuerte y perdieron. Los compradores de viviendas y depositantes, que le prestaron la plata para su aventura, ahora deben creer en la “solvencia” del sistema y soñar así con recuperar lo suyo. Es decir, deben seguir siendo los “bolu” de esta historia. El plan no resuelve la ficción sincerando la verdadera contabilidad bancaria. Por el contrario, la encubre, diciendo que entidades quebradas son confiables. El costosísimo valor enunciado solo hará más contundente el problema real. El gobierno que crea panico para poder darle salida a la ley que necesita para seguir con la estafa, recurrió a una ficción todavía mayor, sin sonrojarse siquiera por lo ilógico del planteo: la enorme partida de 850 mil millones de dólares que costará no se pagará con más impuestos, sino que los contribuyentes pagarán menos impuestos. En síntesis, en yanquilandia todo el mundo a perdido la razón, tanto los estafadores como los estafados. El rescate se pagará con una fabulosa emisión de dólares, lo cual convertirá a la moneda estadounidense, precisamente, en la nueva burbuja. La futura burbuja que estallará va a ser la del dólar, y asi el “sueño americano” se autodestruirá como aquellas cintas de la serie “Mision imposible”.

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